miércoles, 21 de marzo de 2012

Terremoto en ciudad de México: 'Pensé que el edificio se me caía encima'


Pánico. Cientos de personas salieron a la calle en la ciudad de México tras un sismo de 7.9 grados en la escala de Richter. 


"Fue un momento de pánico, de terror; quería salir corriendo con toda mi alma de ese lugar, ponerme a resguardo muy lejos de aquel edificio" 

"CUANDO EMPECÉ a notar que aquel no era un temblor más de los muchos que suele haber en la ciudad de México, dejé la computadora en el suelo y le grité a mi novia que salía de la cocina con un vaso de agua en la mano que saliéramos del departamento. Fue un momento de pánico, de terror; quería salir corriendo con toda mi alma de ese lugar, ponerme a resguardo muy lejos de allí. Sin embargo, ella mantuvo la sangre fría. Me agarró de la camiseta cuando ya enfilaba las escaleras, me pidió que me calmara y nos quedamos justo debajo del umbral de la puerta, abrazados muy fuerte el uno al otro, rezando", recuerda hablando todavía muy rápido por el efecto de la adrenalina Manuel, laborista de 30 años de edad. "Sí, fue terrible –corrobora agarrada de la mano de su pareja, Lyzbeth Nieto-. Primero lo sentí poco a poco pero luego se puso muy intenso. No sabíamos qué hacer. Yo estaba en pijama y solo lo veía a él moverse gritando que nos fuéramos, que saliéramos de ahí mientras el terremoto subía cada vez más de intensidad. En ese momento se me pasó por la cabeza que el edificio se iba a derrumbar. Los cuadros se movían, los libros se caían de las estanterías, las puertas de los armarios se abrían y cerraban, una lámpara de esas de pie se cayó al suelo… Hasta que reaccioné y lo agarré de la camiseta y le dije ¡espérate! Nos refugiamos debajo del marco de la puerta; nos quedamos ahí rezando… pero no paraba, no paraba". "Fíjate –vuelve a intervenir Manuel- que yo hasta presionaba con todas mis fuerzas el marco de la puerta con mis brazos… ¡como si así pudiera detener el terremoto! Fue angustioso –entorna los ojos-. Probablemente, el minuto más eterno de mi vida".

****

A las 12.02 del mediodía el tiempo se detuvo en la capital azteca mientras el suelo no dejaba de temblar. El viejo fantasma del sismo que devastó a la ciudad de México en el año 1985 recorrió ayer de nuevo como un escalofrío la mente de miles, millones, de defeños que volvieron a revivir bajo sus pies la sensación de angustia e impotencia que un embiste de 7.9 grados en la escala de Richter provoca en la psique de cualquier persona. "Fue terrible. Pensé que el edificio se me venía encima", fue una de las expresiones más repetidas minutos después del movimiento telúrico, que de acuerdo con el Servicio Sismológico Nacional tuvo hasta las 20.30 horas de la noche 18 réplicas de entre 5.3 y 4.1 grados, en la siempre concurrida calle Varsovia de la colonia Juárez, ubicada a tan solo unos pasos de una delegación de la Secretaría de Seguridad Pública Federal y del Ángel de la Independencia, monumento fetiche del DF que ya en 1957 sufrió las consecuencias de otro grave terremoto que llegó incluso a bajarlo abruptamente del pedestal desde donde corona con laureles esta megalópolis de casi nueve millones de habitantes. 
"Fue angustioso. El minuto más eterno de mi vida" 
"Yo estaba en la azotea –cuenta al respecto todavía con restos de pintura blanca en antebrazos y manos, Fabián López, natural de la vecina Ciudad Nezahualcóyotl y empleado de mantenimiento de uno de los complejos residenciales que se levantan en la calle Varsovia-. Cuando comencé a sentirme mareado y me puse de rodillas para ver si se me pasaba". Sin embargo, pronto se percató de que aquellos movimientos bruscos "en cruz" no eran consecuencia de una súbita bajada de presión sanguínea. Era el edificio el que bailoteaba sin control. "No viví el terremoto del año 85, pero sin duda este es de los más fuertes que me ha tocado. Porque, la verdad, sí hubo un momento ahí arriba, en la azotea, que pensé que hasta aquí había llegado -admite aún con la sonrisilla nerviosa en los labios-. Ya solo quedaba ver para qué lado se derrumbaría el edificio. Así que me dije: ni modo, ya lo que venga… es bueno".

En términos muy similares se expresa Jesús Arciniega, portero del complejo residencial con número 22 bis de la misma calle. "Sí, llegué a pensar que se iba a caer, sinceramente", afirma con el gesto adusto mientras llama por teléfono a los técnicos que dan mantenimiento a los elevadores que estarán, "por lo menos cinco días fuera de servicio", con lo que ello implica para una estructura de 13 departamentos más el penhouse donde habitan estudiantes, laboristas y también numerosas personas mayores, incluso ancianas. "En todos mis años en el Distrito, nunca había vivido uno así de fuerte; se sintió feo, muy feo", añade muy serio para volver a sus quehaceres apuntando en una libreta los daños por cuarteaduras y algunos cristales resquebrajados sin que, al parecer, haya daños estructurales que reportar.
"No viví el terremoto del año 85, pero sin duda este es de los más fuertes que me ha tocado. Porque, la verdad, sí hubo un momento ahí arriba, en la azotea, que pensé:  hasta aquí he llegado"  
****
EN LA CALLE, las escenas de pánico y los ataques de nervios de varias decenas de empleados que abandonaban las oficinas de embajadas, empresas, organismos públicos, y los numerosos restaurantes que se extienden por la Zona Rosa, fueron, poco a poco, dando paso a una calma relativa, tensa. En el cielo, un par de helicópteros sobrevolaban el espacio aéreo vetado temporalmente para los aviones comerciales en busca de daños –que, según primeros reportes, fueron mínimos-, mientras a pie de asfalto numerosos vecinos –algunos incluso en pijama, otros descalzos o en pantuflas de andar por casa- no dejaban de mirar hacia las alturas tratando de focalizar posibles brechas en los inmuebles, al tiempo que varios agentes de seguridad privada pedían calma a los parroquianos y acordonaban, en coordinación con varios elementos de la Policía Federal y  de Protección Civil, la calle para que ningún vehículo transitara por ella ante una eventual emergencia de mayor calado.

En pijama. Vecinos como Julio Díaz salieron a la calle con lo puesto. 


"Yo estaba en el balcón del séptimo piso, hablando por celular. Me iba a meter a bañar cuando empecé a sentir que todo se movía". Julio Díaz es natural de Aguascalientes y cuenta con una sonrisa de incredulidad que apenas lleva viviendo tres meses en la ciudad de México. Él fue uno de los que no esperó a que el temporal amainara. "Salí corriendo, sin llaves, descalzo y solo con el pantalón del pijama. Cuando llegué a la calle vi que todo el mundo estaba en traje y corbata… y yo estaba prácticamente encuerado -afirma ya algo más sonriente y relajado con las manos en la nuca y apoyado sobre el tronco de un árbol-. Pero no tuve tiempo de pensar en vestirme, así que salí con lo puesto".
"Lo más crítico fue cuando vi que el acabado de las paredes empezaba a caerse a pedazos; ahí entré en pánico. Pensé que en cualquier momento todo el edificio se venía abajo
Mario Reyes vive en el mismo edificio, en las alturas del departamento número once. Aún con restos de histeria en su mirada, trata de respirar profundo para hablar frente a la grabadora y recordar lo sucedido minutos antes. "Lo sentí horrible –repite varias veces antes de arrancarse-. En este edificio siempre se siente mucho el movimiento porque cuenta con un sistema hidráulico de pilotes. Por ejemplo –explica-, a veces pasa un camión pesado y de inmediato se siente un movimiento ligero. Y en esta ocasión todo empezó igual. Estaba sentado en la computadora y comencé a sentir que el suelo se movía. Pero cuando escuché el ruido de los cristales tronar me dije: no, esto es terremoto".
De inmediato, la adrenalina empezó a fluir por el organismo. Cruzó a toda velocidad la sala y el comedor, y se dispuso a abandonar el inmueble en el mismo instante en que el sutil titileo de los cimientos daba paso a un brusco bamboleo que amenazaba con un desastre. "Ahí tuve que controlar a mi hija que ya se estaba poniendo histérica y mi otro chamaco estaba metido en la recámara y no quería salir; estaba bloqueado. Lo más crítico fue cuando vi que el acabado de las paredes empezaba a caerse a pedazos; ahí entré en pánico. Contaba los segundos que estaba durando y se me hacían eternos. Pensaba que en cualquier momento todo el edificio se venía abajo. Se me vino todo lo peor a la cabeza. Fue horrible –vuelve a repetir-". De acuerdo con los primeros reportes, el sismo duró apenas algo más de treinta segundos. Sin embargo, debido precisamente a ese sistema hidráulico 'de araña', la sensación de movimiento se prolongó más allá del minuto. Una vez pasada la angustia por el temor de derrumbe, Mario Reyes agarró a sus dos hijos y se dispuso a evacuar. "Luego, volví a entrar en pánico cuando, al bajar por las escaleras, escuché que por el hueco de los elevadores estaba cayendo cascotes de material. Era un ruido horrible –el rostro se le torna lívido de nuevo al revivir la escena-. Entonces, agarré fuerte a mis dos chamacos y bajamos a todo lo que da –chasquea los dedos-. Cuando llegamos abajo… pudimos al fin respirar".
"Tras el terremoto del 85 yo me quedé muy mal. Y cuando sentí lo de hoy... se me vino todo de nuevo a la mente. Es algo que te sale ya inconsciente, que lo traes siempre contigo"
A la señora Celina Manzano el segundo sismo más potente que hasta el momento ha padecido la ciudad de México desde aquel catastrófico suceso de 1985 –que, según cifras oficiales costó la vida a 10 mil personas, aunque en la calle cualquier capitalino eleva esa cifra más allá de los 20 mil- la agarró en plena consulta médica en la zona de Insurgentes y Barranca del Muerto. "Fue tremendo. Yo le preguntaba al doctor dónde había un lugar de seguridad para resguardarnos y solo pudimos meternos debajo del escritorio. Allí esperamos a que todo pasara". Tras la primera respuesta, a doña Celina la piel se le eriza. Recuerda lo que vivió hace 27 años en su departamento de Copilco, en la zona universitaria del DF, y los ojos se le tornan cristalinos. "La verdad, yo quedé muy mal desde entonces. No me pasó nada, afortunadamente, pero ya no queda uno bien –se le traban las palabras y los recuerdos se le amontonan en la garganta-. Entonces, cuando sentí lo de hoy… se me vino todo de nuevo a la mente. Es algo que te sale ya inconsciente, que ya lo traes para siempre contigo. Mira –me muestra las manos adornadas con algunos anillos-, todavía estoy temblorosa", afirma y a continuación inclina la cabeza ligeramente hacia atrás frente a las cientos de toneladas de ladrillos y cemento que se levanta, como un coloso, frente a ella. "Yo tengo un departamento aquí, en la calle Varsovia, pero lo tengo desocupado por lo mismo: porque me da mucho miedo que haya un sismo y el edificio está muy alto. ¡Y mira que me encanta la zona! Porque te queda muy cerca el Ángel, el bosque de Chapultepec, el paseo de la Reforma, el centro histórico… esto es más que el ombligo de la ciudad. Pero desde aquel sismo tan fuerte –hace una pausa, traga saliva y mira de nuevo hacia lo alto del angosto edificio-, siento que no puedo… no puedo".

Información. Minutos después de que tuviera lugar el sismo más potente desde 1985 en la capital mexicana, numerosas personas se arremolinaron en torno a los televisores de restaurantes y bares para obtener más información acerca de lo sucedido. 


Juan Prada, chilango de toda la vida, tiene 63 años de edad y lleva 7 años viviendo de las revistas, periódicos y cigarrillos sueltos que vende a cuentagotas en un pequeño quiosco de la multitudinaria calle Hamburgo donde numerosos restaurantes de comida corrida y modestos negocios de copias se aglutinan en torno a la cámara de comercio china y a al edificio donde la embajada de Estados Unidos tramita los visados para acceder a sus fronteras. "Yo ya he vivido tres terremotos muy fuertes en la ciudad de México –se lleva la mano a la cabeza y se acomoda la visera de la gorra azul marino-: el del año 57, cuando se cayó el Ángel de la Independencia; el del 85, que fue el peor que ha habido y que dejó la ciudad devastada, especialmente esta zona del centro; y este que acaba de pasar, que también ha sido muy fuerte, aunque afortunadamente parece que no ha dejado muertes", cuenta sin descuidar ni un segundo su negocio.

¿Qué estaba haciendo cuando tuvo lugar el sismo?, le pregunto.

 "Estaba parado ahí en la pared de la tienda –contesta de inmediato, con la seguridad de recordar perfectamente algo que acaba de suceder hace apenas diez minutos-, cuando de repente empecé a sentir un movimiento muy fuerte. Entonces, observé los cables de electricidad y vi que se meneaban; y todas esas revistas –señala a un tendedero donde tiene cientos de ejemplares sujetos con pinzas- se movían de un lado a otro como si alguien las meciera. Y así hasta que ya se sintió el trancazo fuerte; fue entonces cuando en el edificio de enfrente –hace referencia al agregado de la embajada de Estados Unidos- se escuchó un ruido muy fuerte y pensé que el edificio se venía abajo. Porque aquí adelante sí se cayó el aplanado de la pared, se hizo una polvareda tremenda. Fíjese que se acababan de levantar cinco muchachos que estaban sentados ahí mismo, comiendo; vinieron a comprarme unos cigarrillos sueltos cuando se derrumbó parte de la pared y empezó a sentirse el temblor que venía muy fuerte. Menos mal que vinieron a por un cigarrillo… -sonríe ampliamente-, si no, no sé qué les hubiera pasado".
"Vi en la calle a mucha gente muy preocupada; gente llorando sin saber qué hacer o a dónde ir" 
¿Y cómo se vivió aquí, sobre el suelo firme de la calle?, vuelvo a incidir en el asunto.

La mera verdad, sí vi gente muy preocupada, gente llorando sin saber a dónde meterse o qué hacer. De ese edificio –señala una Asesoría financiera que tiene varios de sus grandes y ostentosos ventanales rajados- bajaron varias muchachas con crisis de nervios, llorando muy asustadas. Porque, ahora sí, estuvo fuerte el terremoto. Todo lo que sea pasar de siete grados… sí es peligroso.

****
LENTAMENTE, la tarde empieza a languidecer sobre la saturada atmósfera de la ciudad de México. A pesar de que en cualquier conversación de cafetería en la colonia Condesa el tema sigue siendo el tremendo susto del fantasma del 85 y de que las líneas telefónicas siguen colapsadas varias horas después, las venas y arterias de la capital van recuperando paulatinamente el pulso: la gente sigue caminando de un lado para otro por Reforma, inmersa en su estrés y sin levantar la vista del suelo; miles de coches se aglutinan en un cuello de botella en las rotondas del Ángel, La Diana, y La Palmera; los obreros han vuelto a las molestas construcciones en la zona donde se ubica la Bolsa de Valores; el interrumpido servicio del Metro vuelve poco a poco a "normalizarse" en las estaciones de Insurgentes y Sevilla; las cantinas de Garibaldi hacen su agosto despachando tequila "para el susto"; y los vendedores montados en triciclos continúan a lo suyo, como si nada hubiera pasado, vendiendo por los entresijos de la Alameda Central, junto a Bellas Artes y el rascacielos de la Torre Latinoamericana, "ricos tamales oaxaqueños", mientras el sol sigue su inevitable camino hacia el ocaso cayendo lentamente por entre las terrazas del Castillo de Chapultepec, donde una bandera mexicana continúa izada al viento.
"No dormiremos en casa esta noche. Mis chamacos no quieren volver a entrar en el departamento. Aún están en shock"
"Esta noche no creo que duerma aquí –asegura Mario Reyes, el vecino que habitaba en un número once-. No, no vamos a pasar la noche en el departamento y puede que tampoco lo que resta de la semana. De hecho, mis chamacos no quieren volver a entrar en el departamento. Están todavía muy en shock". Por su parte, Julio Díaz, ya vestido después de subir a toda velocidad para agarrar algo de ropa y calzado, se lo piensa seriamente: "¿Qué si dormiré aquí? Pues quién sabe. Todavía no me atrevo ni a subir al departamento. ¡Y ya llevo más de dos horas en el lobby!". Mientras que para Juan Prada, el susto fue evidente, aunque no para tanto. "Es normal que cunda el pánico –justifica mientras empieza a desmontar el changarro-, porque en la ciudad de México mucha gente trabaja y vive en edificios muy altos. Entonces, es lógico que se paniqueen y que bajen con crisis nerviosas. Pero yo creo que sí dormiré muy tranquilo esta noche, ya me han tocado varios temblores más fuertes y los hemos pasado -sonríe de nuevo, se ajusta la gorra, y despacha otro Marlboro suelto-. Porque además, lo único que podemos hacer es confiar en Dios y rezar para que no vuelva a pasar tan fuerte".



sábado, 17 de marzo de 2012

Esperando a 'La Bestia' con Jon Sistiaga (última entrega: Postales de Kosovo, la pérdida de la inocencia y el adiós a la exclusiva)


"Hace tiempo que se acabó la época de las exclusivas; siempre va a haber alguien con un Twitter que dé la noticia antes que tú"
A ESCASOS METROS de donde nos encontramos, un campesino de rostro sereno,  sombrero de ala ancha, camisa de faena arremangada hasta los codos, y largo –e intimidante- machete para cortar caña atado al cinturón, camina despacio y en silencio por un lateral de la vía vigilando muy de cerca a dos enormes bueyes que cargan sobre sus huesudos lomos dos alforjas repletas de leña seca. Enfrente, al otro extremo del sendero, un destartalado autobús Rápido del Sureste de los años setenta transita en solitario por un camino que se pierde entre los cañaverales soltando a su paso una espesa y negruzca bocanada de combustible quemado.

Solidaridad. La Patrona, una pedanía del municipio veracruzano de Amatlán, ha pasado en los últimos años a ser reconocido a nivel internacional debido a la labor altruista de un grupo de mujeres que prestan ayuda solidaria a los miles de indocumentados que transitan por estas vías. 

"¿Qué opinas de los viejos tiempos? –Levanto la barbilla y saludo al campesino de expresión seria y manos curtidas que lentamente se pierde junto a las dos bestias por un angosto camino de terracería, luego de haber cruzado un montículo de tierra que hace las veces de paso a desnivel-. Quiero decir –me explico-, periodistas como Arturo Pérez-Reverte, que además de ser un prestigioso escritor miembro de la Real Academia Española ha cubierto conflictos en medio mundo durante el último tercio del siglo pasado, consideran que el periodismo de guerra actual poco o nada tiene que ver con el que se hacía en su época de reportero. "El teléfono móvil, la conexión en directo y el ordenador portátil acabaron con los viejos reporteros", le cito de una de las últimas entrevistas que el académico dio a la emisora de radio RAC 1. Tras la explicación, Sistiaga se acaricia el mentón todavía bien afeitado y mantiene el mismo tono relajado y casi informal que emplea a lo largo de la entrevista, como si esta última cuestión realmente no fuera mucho con él. "Bueno, esa es una visión un poco romántica que también les gusta alimentar a algunos de aquella época –se arranca-. Es decir, hubo una generación de reporteros que vivían en una España donde había cuatro grandes periódicos y una sola cadena de televisión con el suficiente dinero para mandar reporteros a conflictos a lo largo y ancho del mundo pero con una falta de tecnología que hacía que las crónicas se enviaran dos o tres días después. Simplemente, la tecnología no estaba tan desarrollada para poder enviar el material en el momento en que estaban pasando, y eso les hacía, primero, únicos porque no había otros en España -sobre todo los que trabajaban en televisión, que se convirtieron en grandes mitos-, y segundo, les permitía algo que sí concedo: una cierta calidad literaria, porque había tiempo para escribir, no como sucede desde hace quince o diez años, donde todos tenemos que salir en directo dos o tres veces al día y además elaborar la información".

"Y otra gran diferencia de aquella época con esta -añade- es que hoy ya no existen las exclusivas en los conflictos. Esto lo entendí desde hace tiempo. Es decir, en Irak yo no me la jugaba para tener una exclusiva cuando tenía a otros diez periodistas españoles a mi lado… además de otros doscientos árabes, japoneses, chinos, o norteamericanos. Porque, al final, alguien siempre la va a tener antes que tú. Y si tenías la suerte de ser el primero, ¿de qué te valía si el segundo estaba al lado tuyo emitiendo?", se pregunta Sistiaga, para quien el periodismo vive tiempos donde "todos tenemos que hacer de todo" y en donde la "gran diferencia" estriba en "cómo contamos lo que sucede" en el mundo. "Se acabó la época de querer llegar el primero a una masacre, a un lugar donde nadie ha estado. Siempre va a haber alguien con un Twitter que va a dar a conocer primero el suceso y luego llegaremos los periodistas".
"Mi detención ilegal en Kosovo supuso una pérdida de la inocencia en cuanto a mi nombre y mi carácter como periodista"
Muy a lo lejos, un imperceptible rumor a los oídos empieza a hacerme cosquillas en la suela de las zapatillas deportivas. Sin embargo, a nuestro alrededor todo parece igual de inalterable: los niños corretean en los improvisados patios de las casas que hay junto a la vía del tren, el perro sigue recostado a un lado del riel, y Jon Sistiaga me mira atento con una sonrisa paciente mientras, a propósito de su última respuesta, me comenta que usa las redes sociales "poco" y "como herramienta profesional". "Estamos todavía aprendiendo lo que significa el Twitter. Entiendo que es una herramienta maravillosa para hacer contactos, para ver lo que cuenta la gente, para ver lo que cuentan de ti y para que tú cuentes. Pero hay que saber utilizarlo", advierte. "Porque, aunque Internet tiene muchas cosas buenas, entre las negativas también está ese anonimato en el que se amparan muchos descerebrados y muchos pobres de espíritu, que firmando de manera anónima te ponen a parir la mayoría de las veces sin razón, porque en pocas ocasiones se usan argumentos de calidad en la Red". No obstante –le quita hierro al asunto-, "que hablen bien o mal de uno… es algo que ya va incluido en el sueldo".

Un sendero incierto. A pesar de los graves peligros a los que se enfrentarán en un incierto y peligroso camino, cientos de miles de indocumentados tienen en 'La Bestia' su única esperanza de futuro. 



ESTAMOS PRÓXIMOS a la media hora de entrevista y, por tercera vez, me disculpo con Jon y le aseguro que, aunque sea doble, "ésta sí es la última pregunta".
"¿Qué recuerdos guardas de tu secuestro en Kosovo, y cuáles son tus planes de futuro? -concluyo haciendo una rápida retrospectiva desde aquel suceso hasta su cobertura en Irak, pasando por algunos de sus reportajes-. ¿Qué te queda por hacer?".

"Bueno, yo no lo llamaría secuestro –corrige una vez más-, más bien se trató de una detención ilegal ya que nadie pidió un rescate.  Dicho esto, aquella detención durante seis días, aparte de lo que profesionalmente supuso por lo que luego pude contar y por todas las experiencias que tuve durante aquellos días como único periodista español en Pristina (aunque estaba detenido), lo que significó fue una pérdida de la inocencia en cuanto a mi nombre y mi carácter como periodista", recuerda el que fue ganador del premio Reporteros Sin Fronteras en 1999, cuyo nombre y rostro comenzaron a ser muy reconocidos a partir de aquella crisis, con la responsabilidad que esto conlleva. "Una de las cosas más complicadas para un periodista es gestionar su popularidad. De repente, te conviertes en un alguien popular y todo el mundo te para por la calle. Y eso hay que saber gestionarlo muy bien –dice circunspecto-. Porque has pasado a otro estadio del periodismo, queriéndolo o no, valiéndolo o no, mereciéndolo o no. Y porque ya no eres un tipo que puedas hacerte pasar en un reportaje por alguien que, por ejemplo, busca niñas para un documental de trata de blancas. Porque te van a ver y te van a decir: joder tío… ¡pero si tú eres el Sistiaga!".  

****
Aquel rumor apenas perceptible para los oídos de hace tan solo unas líneas es ahora una certeza inminente. Tanto, que en mitad de la respuesta y justo antes de abordar qué proyectos tiene para su futuro profesional, Jon Sistiaga corta en seco su explicación y me mira con los ojos muy abiertos.

- "Tío… -gira la vista hasta alcanzar ese punto imaginario en el horizonte donde el verde intenso del cerro y el color óxido anaranjado de los durmientes se funden en uno solo-. ¿Tú también oyes eso?".
Los pájaros vuelan en desbandada; un largo y gutural rugido con acento metálico los ha espantado. En el suelo, las piedras tintinean sutilmente. Y a lo lejos, allá donde el sendero de hierro se quiebra en una pronunciada curva hacia la izquierda, un enorme foco de luz amanece poderoso como si fuera el sol de la mañana que todo lo alumbra.

-"Sí…, sí que lo oigo", le contesto y guardo de inmediato la grabadora en uno de los bolsillos del abrigo, para –tal vez siguiendo ese "olfato permanentemente activado" del que hablaba el periodista al principio de esta conversación-, hacer click en el on de la cámara de fotos que traigo en la mochila.
Sin embargo, advierto, Jon ya no está frente a mí. Se encuentra inmerso junto al camarógrafo Mario Lastra en una carrera eléctrica por atrincherarse a un costado de la vía y conseguir una buena toma de lo que está por venir.

La espera, me digo alargando al máximo el zoom del teleobjetivo, ha terminado.
La Bestia está aquí.

jueves, 15 de marzo de 2012

Esperando a 'La Bestia' con Jon Sistiaga (3º parte: Periodismo en territorio enemigo. El miedo como mejor chaleco antibalas)


 Jon Sistiaga fotografiado en el puente de Metlac, Córdoba, estado de Veracruz, México
"Nos hemos criado en una en una tradición muy hollywoodense donde el reportero de guerra es un tipo rudo, que se divierte en medio del conflicto y que siempre se lleva a la mejor chica. Pero eso es mentira"

MATAR AL PERIODISTA… Las últimas palabras de Jon Sistiaga se quedan suspendidas en el aire mientras una bolsa de plástico se mece, lánguida, frívola, ante sus ojos; hasta que una suave brisa cargada de olor a tierra mojada se la lleva dejando tras de sí una fría estela de silencio. Los minutos siguen pasando por el contador de la grabadora –va  por algo más de dieciséis- y La Bestia continúa perdida en algún punto de esos ocho mil kilómetros que recorre desde el Sur hasta llegar a la frontera con Estados Unidos. "Quizá hoy no pase", es fácil tirar la toalla echándole un vistazo a ese enorme disco anaranjado que se sumerge por entre las montañas. Y a juzgar por el semblante de Jon, él también parece hacerse a la idea.

"¿Qué es más complicado –regresa el hilo de la conversación-. ¿Cubrir una guerra abiertamente declarada o estar en un país donde no existe un conflicto como tal, pero donde puedes ser un objetivo fácil en cualquier momento?". La respuesta de Jon es un suspiro. Mira hacia el suelo y patea una piedra. "A ver –exhala-, yo creo que el periodista es periodista siempre, y su olfato siempre está activado. Da igual que esté en una guerra en Bagdad, donde hay frentes establecidos; que esté en un país donde hay una violencia estructural y no sepa de dónde viene el peligro; o que se encuentre haciendo un reportaje sobre porno en Los Ángeles, Barcelona o Budapest. Da igual. Siempre va a tener que ver las fuentes, identificar los hechos, analizar los datos, estructurarlos en la cabeza, y luego contar la historia". "No obstante –titubea por momentos-, la verdad es que no sabría decirte qué y qué prefiero. No sé si sea mejor ir a una guerra y llevar un chaleco antibalas en todo momento porque te puede caer un mortero de cualquier lado, o ir a un lugar como Mogadiscio donde la violencia es estructural, endémica (o pandémica, diría yo), donde no sabes si el disparo te puede venir de tu propia escolta, de los islamistas, de los mafiosos, de los piratas, de las milicias armadas, o de los clanes o sub-clanes. No te sabría decir, la verdad. Pero el hecho es que el periodista tiene que reconocer su miedo. Yo afirmo que todo periodista tiene miedo, y el que dice que no… miente".
"No me gusta el término 'reportero de guerra', ni me considero como tal. Yo me considero un periodista"
De acuerdo, asiento. El miedo. Anoto la respuesta como puedo teniendo en cuenta que estoy de pie sobre un durmiente y con el bolígrafo, la libreta, la grabadora y el teléfono ocupándome las manos, y a colación me viene a la mente la imagen nítida de Jon Sistiaga informando desde Bagdad mientras de fondo se oyen caer las primeras bombas de la  operación Iraqui Freedom. "Entonces, ¿esa es la clave para ti como reportero de guerra? –Trato de profundizar-. ¿El miedo?".
La respuesta vuelve a ser un suspiro, pero esta vez algo más pronunciado. "A ver –usa la misma coletilla, resignado-. No me gusta el término reportero de guerra ni me considero como tal. Yo me considero un periodista. Un reportero que hoy está aquí en México haciendo una historia sobre migrantes, que mañana se va a Mogadiscio, y que pasado se va a un volcán en Indonesia. Dicho esto, yo creo que todo periodista debe asumir cuáles son sus limitaciones y sus límites. Y los límites de todo periodista son sus miedos. Lo que pasa es que nos hemos criado en una tradición muy bonita, muy peliculera, muy hollywoodense si quieres, donde el reportero de guerra era un tipo rudo, insensible, que se divertía en medio del conflicto, que siempre se llevaba a la mejor chica, y que además escribía estupendamente. Pero eso es mentira. No es así. Y yo no tengo ningún problema en reconocer que yo tengo miedo. Que mi mejor compañero de viaje en un conflicto, en una guerra, es siempre el miedo. Porque es el que te dice: 'No sigas por aquí, no avances, deja de mirar a los ojos a ese tipo que está muy pasado, o no dobles esa esquina porque están apuntando'. Y lo tengo claro: si estoy hoy aquí haciendo esta entrevista para tu blog, es porque el miedo me ha salvado la vida en muchas ocasiones. Si no… no estaría aquí. Estaría muerto. ¿Y de qué sirve un periodista muerto?..." -deja la pregunta en el aire y a continuación cierra los puntos suspensivos para establecer, categórico, que en realidad no hay ninguna información, ninguna noticia, por la que merezca la pena perder la vida de manera alocada-. "Los primeros que caen son siempre los que piensan que no tienen miedo a nada".
"O hay una nueva filtración de Wikileaks que nos permita saber por informes de inteligencia qué es lo que se pretendía y por qué se hizo –y si se les fue la mano-, o nunca sabremos por qué asesinaron a Couso" 
"Pero, ¿a qué le teme Jon Sistiaga? –me pregunto recordando uno de los momentos más tensos del reportaje Narco-México, cuando cinco sicarios balean el convoy del Ejército en el que el periodista acompaña a los soldados durante una patrulla por la noche de Tijuana. "¿En algún momento, pongamos para el caso aquella balacera, has llegado a pensar… de esta no salgo?" –cuestiono ahora sí en voz alta-.
Antes de contestar, Jon se toma su tiempo. "Sí… Sí que lo he pensado –afirma con un tono de voz bajo, confidente-. Claro, hay muchas veces que dices ya no. Esta misma mañana, por ejemplo, cuando íbamos en el tren nos dijeron que había más migrantes cinco vagones más allá de donde nos encontrábamos, y cuando me subí al techo con el tren muy acelerado y pasando por una zona de arboleda donde ha empezado a moverse muchísimo, el cámara y yo nos hemos mirado y nos hemos preguntado: ¿merece la pena? La probabilidad de caer y de que el tren me seccione una pierna o me mate es muy alta en estas condiciones. Así que, ¿merece la pena jugársela por una entrevista? Nos miramos y decidimos que no. Llámalo sentido común –se interrumpe para tragar saliva-, o llámalo miedo, acojono, o como quieras. Pero el caso es que aquí estoy y a los migrantes los he entrevistado cuando el tren ha frenado más adelante".
"¿Volver a Irak? No tengo un resorte de adrenalina que me explote de vez en cuando y necesite irme corriendo a una guerra. Creo que  hay algún compañero que sí tiene esa necesidad"
Volvamos a la guerra, insisto en el asunto. "Digamos que tras la salida de tropas norteamericanas de Irak, el Ejecutivo de Nuri Al Maliki no es capaz de mantener la ya de por sí frágil estabilidad del país y el gobierno se desmorona con la posible guerra civil que ello implicaría. ¿Irías de nuevo a cubrir el conflicto?", cuestiono observando cómo los números digitales de la grabadora avanzan, uno, dos, tres, cuatro y cinco segundos, hasta que Jon se mete de nuevo las manos en los bolsillos de los vaqueros azules y se encoge de hombros. "Sí y no", suelta a bote pronto, enigmático. Y acto seguido, matiza: "Es que yo no tengo un resorte de adrenalina que me explote de vez en cuando y necesite irme corriendo a una guerra. No, no me pasa eso. Creo que hay algún compañero que sí tiene esa necesidad y que son los que se denominan, precisamente, como reporteros de guerra. A ellos les gusta llamarse así y dicen que son adictos a la adrenalina. Yo siempre discuto con ellos porque les digo: 'Si eres reportero de guerra es porque te gusta la guerra, no me vengas con el rollo de que vas allí para denunciar las masacres…' No, no –niega con la cabeza-. Porque entonces te meterías de relator de la ONU para hacer algo de verdad", opina y repite la pregunta sin dejar espacio para una posible nueva intervención por mi parte para escarbar algo más en la respuesta: "¿Qué si me iría mañana si estallara un conflicto? Pues no lo sé. Depende del trabajo que esté haciendo, aunque lo cierto es que ya no estoy en ese momento profesional de salir corriendo de un lugar para otro".

"Una guerra te enseña cuáles son tus límites y tus debilidades tanto profesionales como personales; te ayuda mucho a conocerte"
RECAPITULEMOS: el miedo como compañero de trabajo que te mantiene alerta con todos los sentidos activados y anclado al suelo, además de "coherencia con los postulados de uno mismo" y "honradez". "Esas son las claves", escribo. Pero, ¿qué hay de las secuelas psicológicas que puede dejar en un periodista acudir a un conflicto? ¿Se requiere una preparación especial? De acuerdo con quien lleva dedicando toda una trayectoria profesional a cubrir crisis armadas y a realizar periodismo de investigación, todo va según la experiencia. "Yo creo que la primera vez que acudes a una guerra es cuando decides si puedes seguir en este negocio, si puedes acudir a otra guerra, o si estás realmente preparado o no. Es decir, una guerra te enseña tus límites y tus debilidades tanto profesionales como personales; te ayuda mucho a conocerte a ti mismo. Entonces, ¿tienes que tener algún tipo de preparación especial? No exactamente, aunque sí concedo que, probablemente, alguien que va a cubrir un conflicto y que va a más de uno tiene una resistencia psicológica mayor de la que puedan tener otras personas". Explicación, a su vez, coherente con la idea de que, en efecto, Ninguna guerra se parece a otra, obra que publicó a raíz de su experiencia periodística en Irak y que dedica a José Couso, el camarógrafo que lo acompañaba asesinado en Bagdad tras un ataque deliberado de las tropas estadounidenses. Un trágico suceso del que Sistiaga lamenta que "o hay una nueva filtración de Wikileaks que nos permita saber por informes de inteligencia qué es lo que se pretendía y por qué se hizo –y si se les fue la mano-, o nunca sabremos por qué asesinaron a Couso"-.
"¿Se requiere de una preparación especial para informar en una guerra? No exactamente, aunque sí concedo que alguien que va a cubrir un conflicto debe tener una resistencia psicológica mayor que la que puedan tener otras personas" 
 "Ahora bien –continúa con la sugerencia de cómo debe afrontar un periodista la cobertura en territorio hostil-, eso tampoco quiere decir que asumas una frialdad y un distanciamiento absoluto, no. Yo hablaría más bien… de una preocupación emocional y afectiva que te lleva a preocuparte lo suficiente para que te afecte y cuentes el drama que estás viendo, pero no tanto como para que esa historia te desactive y no puedas seguir haciéndolo porque dices: Uf, estoy destrozado. Porque, a fin de cuentas –remacha la argumentación-, esto es como un cirujano que opera en turno de guardia y le está tocando accidentes con niños que vienen borrachos: si se implicara demasiado no podría seguir haciéndolo, porque se pasaría todo el día llorando. Y en este tipo de reporterismo pasa un poco lo mismo: si te implicas demasiado no puedes seguir haciéndolo. O peor todavía: tienes que asumir las consecuencias de tu implicación. Porque si, por ejemplo, te vas al conflicto árabe-israelí y crees que los palestinos tienen la razón y son los que están puteados y además haces campaña, tendrás que asumir tus postulados y cuando los palestinos metan coches bomba donde hay niños en una pizzería… pues son cadáveres que se tendrán que apuntar en tu debe".
"En una guerra los primeros en caer son siempre aquellos que piensan que no le tienen miedo a nada"

En breve, la cuarta y última parte de la entrevista con Jon Sistiaga: "Se acabó la época de las exclusivas; siempre va a haber alguien con un Twitter que dé la noticia antes que tú"

miércoles, 14 de marzo de 2012

Esperando a 'La Bestia' con Jon Sistiaga (2ª parte: México, matadero de periodistas)


Soldados policía. Una de las decisiones más controvertidas del gobierno que preside el panista Felipe Calderón ha sido sacar a las tropas del Ejército a realizar labores de policía por las calles del país para luchar contra el crimen organizado

LA PRIMERA IMPRESIÓN que da Jon Sistiaga en persona, anoto en la libreta aprovechando un breve silencio en la entrevista, es la de estar ante un tipo tranquilo, con las botas permanentemente pisando el suelo -huye a toda costa de esa imagen "hollywoodiana" del reportero de guerra adicto a la adrenalina de las bombas-, y que incluso, me da la sensación, se muestra algo esquivo con la popularidad que, "queriéndolo o no", le ha otorgado esa trayectoria realizando coberturas y reportajes de investigación en lugares tan poco propicios para el periodismo como el propio Irak de posguerra –allí documentó las consecuencias de la invasión con el reportaje Sargento, ¿a qué estamos disparando-, Afganistán –Españoles en la ratonera-, Oriente Próximo –Los desiertos de Al Qaeda-, Corea del Norte –Amarás al líder sobre todas las cosas-, Indonesia –En las puertas del Infierno-, Venezuela –Los soldados de Chávez-, Tanzania –Blancos del mal-, o Mogadiscio, capital somalí donde recientemente realizó una crónica acerca de Los Señores de la guerra. "Quizá una de las cosas más complicadas para un periodista es saber gestionar su popularidad", me dirá luego de comentarle que la primera vez que escuché su nombre fue con la noticia de su secuestro –o como él mismo corrige: "detención ilegal"- por las tropas serbias el 2 de abril de 1999, en Kosovo. Pero de eso hablaremos unos párrafos más abajo. Ahora estamos en México, un país que es noticia por los cincuenta mil muertos que ha provocado la llamada guerra contra el narco. Una guerra que Jon Sistiaga conoce bien después de que, en el 2008, realizara un recorrido por la "sórdida geografía de la violencia mexicana" con el escalofriante documental Narco-México: corrido para un degollado.

"El Gobierno mexicano no puede seguir con la teoría de que los 50 mil cadáveres son en un 99% narcos. Eso es algo insotenible; Calderón va a tener que dar muchas explicaciones" 
"En aquel entonces las cifras de muertos eran de unos cinco mil al año, algo que ya me parecía una auténtica exageración", hace memoria Sistiaga, quien durante la grabación de aquel reportaje cuestionaba a Fernando Castillo, portavoz de la Fiscalía Federal de México, si de seguir esa escalofriante tendencia de 5 mil muertos al año, el gobierno de Calderón podría terminar el mandato con 25 mil víctimas en total. Sin embargo, como él mismo admite tres años después, aquella cifra era, en realidad, demasiado optimista. "Según datos oficiales –continúa-, se cerró 2011 con once mil y tantos muertos. Por lo que el gobierno de Felipe Calderón ya no puede seguir sosteniendo la teoría de que los 50 mil cadáveres de esta guerra son, sobre todo y en un noventa y nueve por ciento, narcos. Eso es algo insostenible", asevera rotundo el periodista, que además considera que esta batalla por contener los embistes cada vez más feroces de los cárteles de la droga puede traer consecuencias legales muy serias para Calderón, debido "al gran número de denuncias en contra del Ejército por violación a los derechos humanos", así como "por la gran cantidad de desaparecidos y muertes" que a diario se producen como consecuencia de esta guerra. "Es cierto que la apuesta de sacar las tropas a la calle a realizar labores de policía fue dura –admite-, y además es verdad que Calderón cumplió su promesa electoral de combatir a la violencia" (el Gobierno presume que hasta julio de 2011 han sido detenidos o abatidos 21 de los 37 capos más buscados). "Pero, ahora bien -contrapone-, sacar a los soldados de los cuarteles también tenía sus problemas, porque al final los que detienen y los que hacen los controles son chavales de 18 años que están haciendo todavía la Mili (servicio militar)". Por lo que, ultima, "Calderón va a tener que dar muchas explicaciones de esta guerra y seguramente tendrá que esperar alguna denuncia de carácter internacional, si es que ya no la hay, por todas esas muertes".

"Probablemente, México es ahora el mayor matadero de periodistas del mundo"
50 MIL CADÁVERES. Este es el desolador panorama con el que ha tenido que aprender a convivir el mexicano en los últimos años. Un panorama en el que el profesional de la información también se ha visto atrapado entre dos fuegos debido a la ley de Plata o Plomo impuesta por la delincuencia en buena parte del territorio nacional. "Probablemente, México es ahora el mayor matadero de periodistas del mundo", sentencia Sistiaga. Y teniendo en cuenta las escalofriantes estadísticas, razón no le falta. Así lo avala de nuevo la Comisión Nacional de Derechos Humanos, cuyo último reporte establece que de enero del año 2000 hasta septiembre del 2011 un total de 74 periodistas han sido asesinados; mientras que otras organizaciones como Reporteros Sin Fronteras o la Fundación para la Libertad de Expresión elevan el número de crímenes hasta en 80 y 84, respectivamente. Unas cifras que han catapultado al país azteca, junto con Irak y Afganistán, al lugar número uno de países más peligrosos del mundo para ejercer la profesión. "Obviamente, reportajear este terrible drama en una guerra que se ha cobrado 50 mil muertos es lo que provoca que muchos de esos reporteros de los que hablan las estadísticas hayan sido asesinados. ¡Pero ojo! –llama la atención-. No solo por lo que cuentan o denuncian, sino porque algunos de ellos también estaban de alguna manera coludidos con algunas de las partes y la otra decidió vengarse, o mandar un mensaje o una advertencia, matando al periodista".

(En breve, tercera parte: "¿Volver a Irak? No tengo un resorte de adrenalina que me explote de vez en cuando y necesite irme corriendo a una guerra)

lunes, 12 de marzo de 2012

Esperando a 'La Bestia' con Jon Sistiaga (1ª parte: El Devoramigrantes)


Como un polizón más y asumiendo los mismos riesgos de secuestro, robo, violación y asesinato que afrontan a diario miles de indocumentados en su anhelada búsqueda del 'sueño americano'. Así saltó el periodista Jon Sistiaga 'A lomos de La Bestia', un arcaico ferrocarril de mercancías que recorre de Sur a Norte la violenta geografía mexicana hasta llegar a la puerta de Estados Unidos, con el fin de documentar el calvario al que deben someterse quienes, en un desesperado intento por alcanzar un futuro, dejan todo en manos de la fe y la esperanza. Texto y fotografía, POR MANUEL URESTE 

"En una guerra mi mejor compañero de viaje es el miedo"
La tarde está tibia a pesar del invierno en La Patrona, un pueblo escueto de algo más de tres mil habitantes de la zona centro del estado mexicano de Veracruz, donde en otra época el cultivo de café aún era rentable y por el que todavía altísimos cañaverales se extienden hasta perderse a la vista por kilométricas hectáreas de campo. Apenas van a dar las cinco por mi reloj, observo. Sin embargo, el sol comienza a languidecer y la espesa neblina típica de esta zona serrana ya ha iniciado su fantasmal descenso por las laderas del cerro de Motzorongo, al tiempo que cientos de pájaros se resguardan en las frondosas copas de los árboles que se levantan a los costados de una omnipresente vía del tren, la cual disecciona con una tajada limpia y certera esta localidad de nombre reconocido a nivel internacional gracias a la labor de Las Patronas. Un grupo de mujeres que "sin más pretensión que servir a Dios" se dedica a diario a preparar bolsas con comida y agua para repartirlas -o mejor dicho, para aventarlas- entre los más de 400 mil indocumentados que se calcula pasan por aquí arriba de un terrible ferrocarril en busca del sueño americano.  
Ante el irremediable paso de los minutos y la consecuente fuga de luz, el periodista Jon Sistiaga (Irún, 1967) guarda silencio con aire resignado. Posa la vista en el reloj de esfera redonda que trae en  la muñeca, se cruza de brazos a pocos metros de una señal con forma de equis que advierte –o más bien amenaza- 'Cuidado con el tren', y niega con la cabeza mientras se mueve de un lugar a otro pisoteando con unas botas amarillas Panama Jack las angostas piedras que se amontonan sobre los durmientes. "Se nos va la luz –lamenta dirigiéndose con cara de circunstancia a Mario Lastra, el camarógrafo que lo acompaña-. Se nos va… Y La Bestia no llega". 
"En La Bestia intentaba por todos los medios que no me venciera el sueño; fue una experiencia tremendamente peligrosa"
DEVORAMIGRANTES, El tren de la Muerte, La Bestia, o El tren de las Moscas. Estos son algunos de los sobrenombres que quienes han padecido la experiencia de ir atrincherados entre sus hierros, soportando el frío de la interminable noche, el cansancio, el hambre, así como los robos, secuestros y violaciones que perpetran pandillas como La Mara Salvatrucha o sanguinarios grupos delictivos, le han dado al arcaico ferrocarril que Jon Sistiaga lleva persiguiendo durante días con el fin de elaborar un nuevo reportaje para la cadena de televisión privada, Canal Plus. "Se trata de un documental tipo train movie –empieza a describir el periodista galardonado en el 2003 con el prestigioso Premio Ortega y Gasset por su labor informativa en Irak- el cual lo vamos a llamar algo así como 'A lomos de La Bestia' y en el que trataremos de abordar el tema de la inmigración que atraviesa todo México para llegar a Estados Unidos, así como todos los dramas, problemas y peligros que estas personas tienen que pasar hasta alcanzar la frontera debido a las nuevas situaciones de violencia estructural y a las mafias que operan en México". 

El Perfil. Jon Sistiaga es un experimentado (y reputado) periodista español que ha cubierto numerosos conflictos armados en todo el mundo. En 1999 fue detenido ilegalmente por tropas serbias junto a su camarógrafo de aquel entonces, Bernabé Domínguez, durante el conflicto de Kosovo. Fue reportero en la guerra de Irak, donde dio testigo de los bombardeos aliados y de la caída del dictador Sadam Husein. Es autor de numerosos reportajes de investigación y del libro Ninguna guerra se parece a otra' El reportaje A lomos de la Bestia se emitirá el miércoles 14 de marzo, por la cadena de televisión privada Canal Plus. 

Tras la respuesta, Jon se frota los ojos. Está exhausto, advierto. Lleva miles de kilómetros recorridos y mucha adrenalina acumulada desde que hace varios días empezó a documentar, 'a bordo' de un neumático desgastado de camión que hacía las veces de balsa, el paso de migrantes a través del río Suchiate; un estrecho y poco profundo afluente que separa la frontera sur de México con Guatemala, al que también se le conoce como Paso del Coyote (los mexicanos llaman coyotes a los contrabandistas) por ser ruta habitual para el trasiego de todo tipo de mercancías: desde refrescos, tabaco o azúcar… hasta drogas, armas, y por supuesto, indocumentados. Posteriormente, hizo escala en Ciudad Ixtepec, un municipio del Istmo de Tehuantepec (estado de Oaxaca) de apenas 24 mil habitantes, pero de gran importancia estratégica para los grupos criminales que se pelean por el territorio, debido a que se trata de un punto de convergencia entre el Océano Pacífico, el Golfo de México y los flujos migratorios procedentes del Sur. En esta localidad el periodista documentó la labor de Alejandro Solalinde, un sacerdote muy conocido en México por su férreo activismo en pro de los derechos humanos de los migrantes, cuya labor al frente del albergue Hermanos en el Camino le ha valido un reconocimiento a nivel internacional, pero también un elevado costo en cuanto a las constantes amenazas de muerte que recibe –cuatro guardaespaldas acompañan al padre a sol y sombra a petición de la primera dama de México, Margarita Zavala de Calderón- de pandilleros, sicarios, autoridades, e incluso… de los propios parroquianos, los cuales en junio del 2008 ya intentaron quemar las escuetas instalaciones del recinto alegando que aquel era un refugio de mareros y asaltantes que atentaba contra la población de Ixtepec. Y fue también en esta misma localidad donde, "con alevosía, premeditación y nocturnidad" y portando poco más que una cámara de fotos "y un buen garrote", Jon Sistiaga se encaramó a lomos de La Bestia para asumir como un polizón más los riesgos que afrontan miles de migrantes especialmente a su paso por Veracruz, un estado de belleza incalculable, pero noticia cada vez con más frecuencia por ser escenario de enfrentamientos entre cárteles que se disputan el tráfico de drogas y de personas. 

El sueño americano. Se estima que alrededor de 150 mil migrantes ilegales, procedentes en su mayoría de países centroamericanos, transitan al año por México en un intento desesperado por cruzar la frontera de los EUA. 
"Yo tenía que subir a ese tren –da por sentado-. Porque si planteas un reportaje en el que intentas tú domar, o cabalgar, esa Bestia que tantas vidas se ha llevado y que tantas mutilaciones ha provocado, pues te tienes que subir al tren. Aunque, claro, no puedes elegir que sea durante el día o en un tramo donde, se supone, no va a haber asaltos –asiente-. Por lo que en nuestro caso tuvimos que subirnos a las tres de la madrugada". Arriba, cuatro salvadoreños lo esperaban, además de los rigores de la noche, el permanente riesgo de caer y ser literalmente engullido por La Bestia, así como la nada descabellada posibilidad de sumar una raya más a las estadísticas de secuestros. En este sentido, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) registró, entre septiembre de 2008 y febrero de 2009, la friolera de 9.758 secuestros; mientras que entre abril y septiembre de 2010, la cifra llegó hasta los 11.333. No obstante, es probable que estos datos estén, incluso, alejados de la realidad, dado a que muy pocos son los que buscan a los migrantes desaparecidos y los que sobreviven rara vez denuncian por la desconfianza hacia las autoridades y por la necesidad de continuar presto con el viaje hacia la Unión Americana-. "Atracos y secuestros al margen, nuestra mayor preocupación era no caernos del vagón: porque vas en completa oscuridad, soportando el frío de pie sobre una repisa, con un tren que te traquetea, que frena, que acelera… Intentábamos por todos los medios que no nos venciera el sueño. La verdad es que fue una experiencia desasosegante, inquietante, y tremendamente peligrosa". 

'Cuidado con el tren'. Entre septiembre de 2008 y febrero de 2009, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) registró 9.758 secuestros de indocumentados; entre abril y septiembre de 2010, la cifra llegó a 11.333. 

La pregunta que más veces tiene que contestar un migrante ante una grabadora o frente a una cámara es, probablemente, el por qué de su decisión. Esto es, por qué arriesgar la vida recorriendo miles de kilómetros arriba de un tren donde los secuestros, los robos y las violaciones se han convertido en algo ordinario. Un tren donde, en definitiva, morir se ha convertido en algo tan banal como vivir. La respuesta, apuntará el propio Sistiaga al respecto, es sencilla: el ferrocarril supone para miles de personas procedentes en su mayoría de Honduras, Guatemala, El Salvador –o incluso, el propio México- la única forma de llegar pal Norte. En otras palabras, y como muchos de los indocumentados establecen ya como una especie de macabro axioma: para alcanzar el sueño americano, primero debes atravesar la pesadilla mexicana. "Los migrantes que viajan a bordo de ese tren son lo menos de lo menos. Personas que, económicamente, están muy desasistidas y que deciden afrontar los riesgos porque no tienen dinero ni para pagar un autobús hasta la frontera, y porque el autobús supone un mayor riesgo de controles y una mayor exposición a una posible deportación", explica el reportero. "Sin embargo, la mayoría te dice que prefiere asumir el peligro a pasar hambre; o que quieren buscar un futuro, una vida en el Norte; o que más violencia que ya hay en sus países no van a encontrar en el camino. Por lo que –llega a la conclusión-, aunque es cierto que el tren se cobra en cada viaje su tributo de migrantes, bien sea en asaltos, violaciones, mutilaciones, o asesinatos, la gente sigue subiendo a La Bestia, la siguen cabalgando. ¿Y por qué? –se pregunta, retórico-. Porque, al fin de todo, hay cierta esperanza. Y porque La Bestia también ayuda a mucha gente a alcanzar sus planes de futuro".

(En breve, segunda parte: "México es el mayor matadero de periodistas del mundo")