lunes, 1 de julio de 2013

"Mi mamá es trabajadora sexual" (2ª y última parte)

Introducirte, aunque sólo sea por unos instantes, en los bajos fondos del DF, así como en los entresijos del mundo de la prostitución, no es una tarea desde luego sencilla. Por ello, valga todo mi reconocimiento con esta crónica a los voluntarios que integran la Brigada Callejera que, día tras día, salen a las calles del barrio de La Merced para acompañar a las trabajadoras sexuales en su jornada y brindarles apoyo sanitario, legal y psicológico. Independientemente de la opinión sobre la prostitución que cada quien pueda tener (¿quién tira la primera piedra?), la labor desinteresada de este grupo que alza la voz cuando los derechos humanos de otras personas son vulnerados, bien merece el sincero reconocimiento de estas líneas...    



Gloria Castro es trabajadora sexual de la tercera edad en la zona del centro histórico del DF, y asegura que no tiene de qué avergonzarse, pues su oficio le ha dado de comer a ella y a su familia durante más de cuatro décadas.  Fotografía: Manu Ureste



“Cuando empecé a trabajar por Anillo Circunvalación las mujeres me gritaban que me largara; me escupían y me amenazaban con golpearme”

GLORIA CASTRO dice con orgullo que, a diferencia de muchas de sus compañeras, ella no tiene problema para mostrar su rostro a la cámara que la fotografía. “¿Por qué habría de avergonzarme si este trabajo me ha dado de comer a mí y a mi familia?”, pregunta extrañada y con el ceño ligeramente fruncido ante la pregunta del reportero. 

Gloria va a cumplir en un par de días 62 años.

Sentada sobre la camilla que la Brigada Callejera emplea para hacer revisiones ginecológicas, cuenta con naturalidad y sin dramatismo que lleva 42 años dedicados a ejercer la prostitución en diferentes lugares del Distrito Federal. “Hace muchos años yo cobraba 30 pesos y todavía me llevaba una cantidad de 500 o hasta 700 pesos de ganancias diarios. 

Sin embargo ahora -alza las dos manos repleta de finos dedos al aire y encoge los hombros con una sonrisa honesta-, ahora vengo desde muy temprano y hay veces que no me llevo ni un rato por mi edad. Algunos clientes me dicen: ‘señora, ya mejor váyase a su casa que está muy mayor…’. Pero yo siempre les digo: mira manito –levanta la mano izquierda y muestra la palma-, la verdad es que tengo hambre y necesidad, y yo estoy aquí trabajando. Y si tú no vienes conmigo, pues otro lo hará. Esto es así”.

Tras la última afirmación Gloria suelta una carcajada. 

Se estira con disimulo el pliegue que se le está empezando a formar en el vestido azul largo y holgado que viste, y cuenta manteniendo el gesto alegre que, a pesar de haber perdido a cinco de diez hijos, y de tener en estos momentos a uno recluido en prisión, se considera una persona “muy risueña, muy tratable”, y sobre todo con una relación “muy allegada con Dios”. Una fe ésta, comenta ahora con un tono solemne en el rostro bien cuidado a pesar de los años, que le ha ayudado a soportar los menosprecios de una sociedad que la señala con el dedo. 

“Cuando yo empecé a trabajar por Anillo Circunvalación las mujeres me gritaban que me largara, me escupían incluso, y me amenazaban con golpearme si volvía yo a pasar por ahí… Y pues así me la fui llevando hasta que perdí completamente el miedo, porque yo tenía que sacar a mis hijos adelante. A mí no me importaba arriesgarme y entrar con un psicópata o un maleante si era necesario. No me importaba”.


“Cuando se lo dije a mi hijo pensé que me iba a rechazar, que me iba a decir que renunciaba a que yo fuera su mamá… Pero fue lo contrario”
-¿Cómo le dijo a sus hijos que su madre es una trabajadora sexual? –pregunta el periodista-. 

-Cuando se lo dije a mi primer hijo pensé que me iba a rechazar, que me iba a decir que renunciaba a que yo fuera su mamá por trabajar en lo que trabajo; o que me dijera que yo le daba asco… Pero fue lo contrario. Les dije a mis hijos cuál es mi forma de ganarme la vida, nunca lo oculté, y ellos me dijeron que mi trabajo era como cualquier otro, y que con este trabajo yo les di comida, estudio, y los saqué adelante. No me juzgan y lo aceptan, y eso para mí es lo más importante. 

-Y con 62 años a punto de cumplir… ¿no tiene pensado retirarse de las calles?

Gloria se toca el pelo grisáceo que luce muy corto y se acaricia la nuca. Su mirada risueña, que por unos momentos se había perdido tal vez en divagaciones personales tras la última respuesta, vuelve a posarse, muy atenta y con un extraño halo de optimismo, sobre los ojos de quien tiene enfrente. Echa otro vistazo por entre los barrotes que protegen la ventana, apoya ambas manos sobre la camilla, y contesta:

-Voy a seguir muchos años en esto, porque mi hijo está en la cárcel y tengo que ayudarlo. Tal vez cuando él salga… -deja espacio para una pausa-, tal vez podríamos vender algo juntos si él acepta y quiere. Si mi hijo me dijera: ‘mamá ya no quiero que estés en la calle, vamos a poner un negocio’… creo que sí lo dejaría. 

-¿Y si él no aceptara el proyecto? 

-Si no, pues yo seguiré en la calle los años que Dios me permita.Mientras pueda ahí estaré. La verdad es que me siento muy orgullosa de tener este trabajo, porque aquí, en la Brigada, me han enseñado a valorarme; me dicen que soy una guerrera –suelta otra carcajada-. Por eso en cada marcha que hacen siempre estoy con ellas, y sin taparme con máscaras ni nada, ¿eh? –alza de nuevo la mano mostrando la palma-. Yo sí doy la cara. ¿Además, por qué habría de avergonzarme de este trabajo que me ayudó a superarme y a sacar adelante a mi familia? –cuestiona-. No, sabe Dios que yo no tengo nada de qué esconderme.

“Me siento muy orgullosa de tener este trabajo; aquí en la Brigada me han enseñado a valorarme, me dicen que soy una guerrera”

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Beatriz Herrera es integrante del Taller de Periodismo Aquiles Baeza. Durante la entrevista, Herrera señaló que en el taller están preparando un libro sobre historias de trabajadoras sexuales, contadas por las mismas protagonistas. //Foto: Manu Ureste


SONIA ES, probablemente, la trabajadora sexual más veterana –debe estar próxima a los 70 años- de todas las que se congregaron en las instalaciones de la Brigada Callejera para celebrar el Día de la Madre. Y también una de las más guerrilleras para denunciar los problemas cotidianos que ella y sus “compañeras” se encuentran en las calles de La Merced. 

“Bueno, ¿y de qué nos quieren salvar esos políticos, si no hemos pedido su ayuda? -Cuestiona durante la reunión-. Tampoco estamos enfermas. Los hombres son los responsables de que nosotras estemos aquí… Dejan a sus mujeres con hijos, se van y no asumen su responsabilidad.  Nos quieren criminalizar, pero no -menea ostensiblemente la cabeza mientras apunta hacia el suelo con el dedo índice-, aquí no hay víctimas ni victimarias”.

Ninguna de ellas lo dice, pero el fantasma de la iniciativa de ley en materia de trata de personas del diputado local Manuel Granados, del Partido de la Revolución Democrática (PRD), está presente durante todo el focus group.

“En la marcha del Primero de Mayo reclamamos que el trabajo sexual sea reconocido como un oficio. Ahora todo es trata de personas, y se está criminalizando a la trabajadora sexual: o eres víctima, o eres victimaria. Y nosotros decimos que son cosas diferentes”, apunta Elvira Madrid durante la entrevista posterior al show de Krisna. 

“Pero los políticos hacen las leyes al vapor. Son hechas por académicos que SE SUPONE –alza la voz para exagerar el sarcasmo- que saben lo que hacen, pero que vemos que no tienen ni idea”. 


“Los políticos y académicos no se quieren ensuciar los pies viniendo a la zona a escuchar a las compañeras”
Elvira, que lleva más de veinte años recorriendo las calles de La Merced para brindar ayuda a las trabajadoras sexuales como parte integrante de la Brigada Callejera, se ajusta una gorra negra que lleva bordada al frente una estrella roja del EZLN, y comenta con rabia que el trabajo de 23 años “lo están echando a perder” con la ley en materia de trata de personas. 

“Recientemente fui al foro de la Suprema Corte y me salí muy enojada –narra con los ojos muy abiertos-. Nos llevamos a una compañera de cada hotel para que escucharan lo que allí se decía. Pero lo que vimos fue a puras señoras ricachonas que quieren salvar al mundo, pero que no tienen ni la menor idea de cómo está la situación, y que pretenden etiquetar todo como si fuera trata, y no hacen esa diferencia”. 

Por su parte, Beatriz Herrera, del taller de Periodismo Aquiles Baeza que está editando un libro “hecho por trabajadoras sexuales”, critica en la misma línea que nadie visite la zona para conocer de voz de las trabajadoras sexuales cuáles son sus necesidades reales. 

“Vemos que hay gentes que dicen que están haciendo algo por las compañeras, por luchar contra la trata de personas –señala la activista-. Pero vienen aquí rodeados de guaruras y les preguntan así por encima a las muchachas sin entrar al fondo de la cuestión”. 

“En efecto, los grupos de feministas dicen que todo tipo de prostitución es trata de personas y explotación sexual –interviene en la plática Jaime Montejo, integrante de la Brigada Callejera y reportero de la Agencia de Noticias Independiente ‘Noti-Calle’-. Y nosotros decimos que no. Que en la prostitución hay tantos colores como en el arcoíris. Ni todas son víctimas, ni todas son victimarias. Cada mujer vive su situación de manera diferente”.





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“El trabajo de mi mamá es el que me ha permitido estudiar; ella nos ha sacado adelante y la respeto”

LENTAMENTE la sala se va quedando vacía y las sillas vuelven a amontonarse unas encima de otras.

Son más de las tres de la tarde, y el gentío abarrota el centro de la calle Corregidora por la que se extiende una infinidad de puestos ambulantes. Sobre las banquetas, y aprovechando la sombra que ofrecen los tenderetes del mercado de La Merced, las trabajadoras sexuales vuelven a la calle. 

“Sí, mi mamá es trabajadora sexual -cuenta con normalidad Marta, mientras espera en la oficina de la Brigada a que su madre termine la jornada-. Yo siempre lo supe porque ella misma me lo contó; nos tenemos mucha confianza”. 

Tras la respuesta, la joven de 15 años, que dice tener “unas ganas locas” por hacer la prepa y poder estudiar criminología, se pasa muy despacio un largo mechón de pelo negro por detrás de la oreja, y añade, mitad con indiferencia, mitad con hastío, no estar “para nada” preocupada por lo que la gente pueda decir del oficio de su madre. 

“No me preocupa lo que digan; el trabajo de mi mamá es el que me ha permitido estudiar y también hacer muchas otras cosas –comenta orgullosa-. Nosotros somos una familia completamente normal, sólo que el trabajo de mi madre es el que es. Pero no, no me importa que sea prostituta, lo veo como un trabajo cualquiera y me vale lo que la gente pueda decir. Ella nos ha sacado adelante sola a mí y a mis hermanos -concluye con una sonrisa-, y por eso yo la respeto mucho”.

*Este texto participa en el Premio Nacional de Derechos Humanos 'Rostros de la Discriminación', en el apartado de Crónica.

*Publicada originalmente el día 24 de Mayo de 2013, en Animal Político.

Lee aquí la parte 1