sábado, 21 de marzo de 2009

Diarios de un Vocho: en Playa del Carmen (Cancún)

Manuel Ureste / Cancún

Blogueros! En mi cumpleaños tuve la oportunidad de ir a Playa del Carmen, Cancún, en el estado de Quintana Roo. Y lo cierto es que si ya de por sí el tiempo pasa rápido, en el paraíso os aseguro que aún más :-) Bueno, a continuación exponemos –a modo de diario de abordo– la crónica de tres días de viaje por este paraíso de origen maya (denominado antiguamente como Xaman Há), y en cuyas proximidades se localizan hoy día más de 200 estructuras de diversas dimensiones, así como testigos de piedra que evidencian la relevancia y el misticismo de otros tiempos...

Día 1: el viaje
El equipaje no era abundante. Nada de grandes bultos pesados: apenas una bolsa de mano con dos bañadores, toalla sustraída de un hotel, playera amarilla ‘Jungle Fever’, unas chanclas de dedo y un boleto de avión (ida y vuelta por mil 680 pesos) para Playa del Carmen, Cancún, en el caribeño estado de Quintana Roo.


En realidad no era necesario más. El viaje no sería largo. Unos tres días para conocer el paraíso.
En el morral, una revista de esas que al final nunca lees, y una hoja de ruta con mil tachones y varios itinerarios a elegir. Finalmente, entre todas las posibilidades (volar Veracruz-Cancún con escala en México, o hacer un viaje en autobús de 24 horas de duración) el plan de vuelo quedó confeccionado de la siguiente manera: a las 23,30 horas –atención, ADO ha suprimido (por motivos desconocidos) los viajes de las doce de la madrugada directos al aeropuerto capitalino–, viajamos desde Córdoba hasta la terminal de la Tapo en el DF (258 pesos). De allí, tras unas cinco horas de trayecto, un ‘taxi-seguro’ nos llevaría por 105 pesos hasta el internacional Benito Juárez. Eran las cinco de la madrugada y el vuelo a Cancún salía a las ocho.

Tras un largo mocaccino en una de las cafeterías que permanecen abiertas día y noche en la zona de salidas nacionales, nos dirigimos con pasaporte en mano a facturar el equipaje con destino hacia el paraíso quintanarroense.
El vuelo es corto. Apenas dos horas de duración y unas cuantas turbulencias separan la jungla de acero y asfalto que es Ciudad de México de las playas de arena blanca de Cancún.
Allá arriba, a varios miles de pies de altura, degustamos uno de esos sándwiches embasados al vacío que te ofrece como cortesía de la compañía aérea para arribar a la hora prevista al Internacional de Cancún, un aeropuerto pequeño comparado con el gigante Juárez, pero en el que no tienes que hacer largas colas en espera de tu equipaje.
De hecho, en menos de diez minutos ya teníamos las maletas de nuevo en nuestro poder.


Nos dirigimos hacia la puerta de salida y una vez que la cruzas... las ofertas se te multiplican: taxis de todos los colores, vans, limusinas, excursiones a Chichen Itza, Cozumel, o incluso a Cuba, vuelos privados... Todo menos, obviamente, la opción más rentable: el autobús. De hecho, para encontrar la mini terminal del ADO hay que estar bien atento, porque la oleada de gente ofreciéndote todo tipo de servicios no deja ver que se encuentra casi escondida entre tanta oferta. Una vez allí, compramos el boleto y por 90 pesos y otra hora de viaje llegas a la misma terminal de Playa del Carmen, en la concurridísima ‘Quinta Avenida’.

A las 12 del medio día alcanzamos nuestro destino. Una vez que dejamos las pertenencias a buen recaudo, comenzamos a ‘turistear’ por una mini-ciudad que en pocos metros cuadrados te ofrece todo un amplio abanico de diversión y relax.
La primera parada es obligada: el Paseo del Carmen Shopping Mall, una plaza comercial al aire libre donde aparte de poder comprar los souvenirs de toda la vida (tequilas, calendarios mayas, cervezas Corona, ponchos ‘tipical mexican’ de los Pitsburgh Steelers, Dallas Cowboys...) dirigidos especialmente al turismo estadounidense, también hay tiendas de moda (Berska, Pull and Bear, etc.), boutiques, y buenos restaurantes y cafeterías para pasar un rato de plática agradable disfrutando del sol en compañía de un libro.


Llega la hora de comer y nos dirigimos a la playa. A escasos metros de los castillos de arena, encuentras restaurantes de todas las clases... y precios. Nuestra elección fue al azar: Bar ‘No Limits’. Allí nos sentamos y pedimos el mojito cubano por excelencia (55$) y un ron Malibú con jugo de piña (60$) para abrir el apetito. Como platillo principal la recomendación del mesero fue tacos de camarón (100$ por persona) acompañados de chile habanero. Los encargamos y como postre disfrutamos de un atardecer paradisiaco con otro mojito en las tumbonas que te ofrece el mismo restaurante por 20$ (a partir de las cinco de la tarde es gratis) mientras una banda de Latin Jazz tocaba en vivo creando una atmósfera inmejorable.

Día 2: el descubrimiento
Al día siguiente regresamos al paseo marítimo. El clima amaneció algo inestable: lluvia y sol se intercalaban en periodos de tiempo de apenas diez minutos con fuertes rachas de viento. Decidimos entonces refugiarnos en otro de esos restaurantes a la orilla de la playa. Esta vez el azar nos llevó a descubrir una grata sorpresa para el paladar... y el bolsillo. El local no era nada del otro mundo. En realidad se trataba del típico bar de playa emulando el interior de un barco pirata de segunda clase. Su nombre: ‘La Tarraya’.
Nos ofrecen la carta y nuestra cara de asombro hace que el mesero pre gunte si todo está okey.
-¿Oiga, los precios están en pesos mexicanos o en US dólars?, preguntamos ciertamente impresionados.


El tipo sonríe y confirma que sí, que son en moneda nacional, aunque gustosamente aceptarían que pagáramos en dólares o euros: según nos plazca.

Todos reímos y pasamos a ordenar los platillos. El menú para dos personas fue el siguiente: de beber, una cerveza clara y una limonada (servida en copa generosa); como entrantes, un coctel de camarón y calamar, y un platillo de pulpo a la mexicana acompañado de arroz y tortillas de maíz; como platillo fuerte, dos róbalos a ‘la tarraya’ (con jitomate, ajo, cebolla, pimiento morrón, y silantro) acompañados también de arroz y tortillas; y como postre, un flan de la casa. Precio total: 265 pesos, a pagar entre dos personas. En definitiva, una ganga en medio del paraíso.


Al anochecer, los restaurantes se convierten en amplias terrazas con vistas al mar. Cientos de antorchas y velas aromáticas propician, junto a la música jazz caribeña en directo, un ambiente onírico. En una de esas terrazas, ordenamos unas cervezas, las cuales también llevan incluidas en el precio el lujo de observar la belleza del mar en la oscuridad de la noche: 45$ por cada una.
Finalmente, para concluir la madrugada, visitamos la discoteca Coco Maya (nos desaconsejaron la Coco Bongo por sus elevados precios). Al ser lunes, la entrada era gratuita. Y lo cierto es que mereció la pena, porque, aparte de los éxitos ‘reguetoneros’ (algunos ya anticuados, por cierto) que tanto gustan al turista estadounidense, la Coco Maya ofrece también terrazas-lounge con música house-chill out y vistas al mar... desde una cama con grandes almohadas y una mesera particular. El precio del mojito: asequible (50$).



Día 3: el regreso
Pero el tiempo pasa y no de largo. Así que, con las mismas chanclas de dedo y la bolsa de mano al hombro, nos plantamos de nuevo en la estación del ADO de Playa del Carmen para, en una hora, llegar a la Terminal de Cancún, y en otras cuatro (dos de espera y dos de vuelo), divisar entre turbulencias y con el sandwich cortesía de Aviacsa en la boca, la belleza de una ciudad monstruosa como es Ciudad de México.
El aterrizaje, algo brusco pero seguro, pone fin a los tres días de puente en Playa del Carmen. Un viaje corto pero intenso: tal y como son los paraísos...

lunes, 9 de marzo de 2009

TURBULENCIAS

Manuel Ureste/ (más que nunca) Vivir para contarlo

... Y entonces allí me veo: en la inmensidad del Mare Nostrum, solo, abandonado a mi (mala) suerte, con la única compañía de unas sombras que me acechan en forma de círculo...


PUES sí, wey: la vida a no sé cuántos miles de pies de altura sobre el nivel del mar y a una velocidad ground speed de 800 kilómetros por hora se ve de otra manera. Ya sabes. Como que de pronto nada te parece tan importante, imprescindible o necesario: tener el áifon más fregón del momento, aquel Mustang negro bien chingón, o esa casita preciosa a las afueras con jardincito, perro, chamaco y esposa incluido con la que siempre habías soñado...
Vamos, que cuando estás ahí arriba a ciegas, en la total incertidumbre del espacio aéreo y viendo por la ventanilla cómo el ala del boing 737-200 de Aviacsa se dobla sorteando las nubes (que no parecen de algodón, precisamente) con la flexibilidad de un chicle todo se te hace relativo: nada es blanco, nada es negro. Sino un contraste de tonos grises.

- Oiga señorita, la molesto tantito...-
- Sí, dígame. ¿Más café, té, limonada, vino tinto, jugo de frutas quizá...?
- Esteee... no gracias. No tengo sed.
- ¿Tal vez un sandwich de jamón y queso, señor?
- Uhmm. No. Muy amable, tampoco tengo hambre.
- Bueno, pues usted dirá mi chavo-, parece decirme con la sonrisa medio forzada aquella tipa ya cincuentona y enfundada en un uniforme azul cielo.
- Oiga, esteee... ¿si es normal que se mueva tanto el avión?-, le pregunto ciertamente acojonado.
La azafata sonríe (¿diciéndome pendejo tal vez?) y hace el ademán de seguir empujando el carro de las bebidas y sandwiches envasados al vacío: ‘-No se preocupe, todo está controlado. Disfrute del vuelo’-, contesta.

Ajá, claro. Todo está controlado, cómo no. En fin, trago saliva y miro allá abajo, donde la inmensidad del océano me recuerda lo poquita cosa que soy en comparación con los millones de litros de agua salada y misterios sepultados para todos los siempres del Mare Nostrum.
Fuerzo la vista y a lo lejos me parece ver una lucecita. Quizá sea un barco de esos ‘chatarra’ con bandera de Barbados surcando las aguas del Caribe mexicano. O quizá un náufrago intentando hacernos una señal de auxilio, quién sabe.
Apoyo la cabeza en el asiento y cierro los ojos. Entonces, allí me veo: como en esa película (Open Water) en la que una pareja de submarinistas es abandonada a su (mala)suerte en medio de la soledad del mar con la única compañía de unas sombras acechantes haciéndoles señales inequívocas en forma de círculo.

- Utta madre-, mascullo entre dientes agarrando con fuerza y sin ningún tipo de vergüenza la mano de la señora que tengo a mi lado (que en esos momentos me parece la mismísima virgencita de La Fuensanta). Respiro profundo, trago saliva lentamente (glups) y comienzo a sudar el alcohol de tres días de parranda en Playa del Carmen, Cancún.

A mis pies el mundo se tambalea. La última sacudida ha dejado el avión tiritando. En medio de la tempestad los motores rugen con fiereza, como si desafiaran a los continuos choques de la atmósfera. ¡Calma te digo! -me exijo casi en voz alta-. La cincuentona de uniforme azul sigue repartiendo sandwiches a dos manos, así que todo debe de estar, efectivamente, ‘controlado’.

Reclino levemente el respaldo de mi asiento y acudo a Carlos Fuentes y a la intrigante historia de Josué Nadal y Jericó sin apellido en la novela ‘La Voluntad y la Fortuna’ como un intento de distraer la angustia.
Ya está totalmente de noche. El comandante de vuelo dice algo por megafonía, pero no alcanzo a escucharlo. De pronto, las luces de la aeronave se apagan y siento que el alma se quiere escapar a patada limpia de mi cuerpo. Respiro acelerado. Miro a mi izquierda, miro a mi derecha y nadie hace ningún gesto raro. Ni un sobresalto siquiera.
Okey, todo debe estar bien –me convenzo– y además los motores siguen rugiendo, que es lo importante. Poco a poco recupero el color de mi cara y siento que la sangre vuelve a circular por mis piernas.

El avión comienza el descenso. La Ciudad de México se ve preciosa y monstruosa a la vez. Millones de lucecitas se pierden en la inmensidad y me hace recordar la soledad de aquel barquito en mitad del océano (¿o sería un náufrago?) Las turbulencias en un área en la que despegan y aterrizan aviones cada dos minutos hacen saltar las alarmas del cinturón de seguridad:
- Atención señores pasajeros, nos disponemos a aterrizar en el aeropuerto de Ciudad de México. La temperatura exterior es de dieciocho grados y bla bla, blá...-, informa el comandante.

Me abrocho el cinturón y miro de nuevo por la ventanilla. Las lucecitas comienzan a cobrar forma de luminosos anunciando miles de hoteles, casinos, y téibols de todos los precios. Ya casi distingo hasta la matrícula de los taxis. Agarro con firmeza los posabrazos y apoyo la cabeza en el asiento. Las ruedas del boeing tocan por fin suelo y mis pies hacen un agujero en la moqueta azul tratando de ayudar a aquellos motores zumbando a todo lo que dan a detener sano y salvo el artefacto.

- Sean ustedes bienvenidos. Para recoger su equipaje, favor de acudir a la cinta número cuatro. Si realizan escala, consulten a su agencia de viajes para más información. Gracias por volar con nuestra compañía. Esperamos que hayan disfrutado del vuelo-, se despide el comandante.

Al fin, me desabrocho el cinturón y respiro aliviado. Agarro mi bolsa de mano y me despido de la azafata cincuentona con una sonrisa de oreja a oreja. Desciendo por las escalerillas y toco tierra con mi mano derecha (In nomine patter, corpus christi, y muchas gracias por todo. Amén).

Ahora, como toda la manada, tengo prisa. Pasaporte por aquí, visado por allá... Cancún ya quedó lejos y frente a mí un taxi de color verde y blanco me abre las puertas de una urbe de más de 20 millones de habitantes.
- ¿Adónde va a ser güero?
- Al hotel Casa Inn, por favor. En la colonia Cuauhtemoc y por el camino más corto-.

El mundo a mis pies sigue temblando por los enormes hoyos del asfalto defeño. Sonrío relajado. Abro la ventanilla ligeramente y miro a través de ella hacia el cielo oscuro. La madrugada me hace sentir solo, desorientado y como un náufrago a la deriva en la inmensidad del Mare Nostrum... igualito que aquel barco ‘chatarra’ de Barbados.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Diarios de un Vocho (por el Mundo)

(La Gran Mezquita Azul)

... en ESTAMBUL, Turquía

Manuel Ureste / Alberto
para Diarios de un Vocho (por el mundo)


Vivir para contarlo está de estreno. Dentro de la sección que cariñosamente en honor al coche de Denise Luna llamamos 'Diarios de un Vocho', en la cual narro -o eso pretendo- las vivencias y anécdotas de mis viajes por este país tan exageradamente surealista llamado México lindo y querido, inauguramos un nuevo espacio: 'Diarios de un Vocho (por el Mundo)'.
En este nuevo espacio, fiel a la filosofía de Vivir para contarlo, invito a todo aquel-aquella que tenga como motivación contar, narrar, describir o simplemente compartir esas historias curiosas que a uno le suceden cuando está de viaje por donde quiera que sea, a que mande su material a este, como diría JC Cortés en 'Cargamento', su 'blogero' de confianza.

Para comenzar, Alberto (27, periodista murciano) y su novia Ana nos mandan fotos y una breve crónica de su particular 'pasión turca' en Estambul. Os dejo con su narración de los hechos y con imágenes de, sin duda, una de las ciudades más hermosas y con más encanto del mundo: Estambul.

(Puente de Galatasaray)

Email de Alberto a manureste@hotmail.com:

Wey: por 330 euros me he ido una semana a Estambul con Ana. La verdad, merece la pena. Los turcos son gente consciente de que son observados por el turista. Me queda la duda positiva de que son muy amables, no sé si por dar una buena imagen al extranjero o porque realmente son así. En fín, que los turquis son peña maja, y muy lista. En el gran Bazaar, del que solo tengo video, los vendedores te hablan en mil idiomas - japonés, inglés, francés, italiano, portugués -.Coño, si hasta unos nos dijeron ¡murcianicos!.

(Besiktas)

Así que imagina lo avispados que son. No me pareció un país musulmán estrictamente, aunque Erdogan sea musulmán y haya muchas mezquitas. Yo lo ví en proceso, buscando esa identidad que dijo Ataturk. Hay de todo: barrios musulmanes, turcos en contra de invertir en tanta mezquita y hacerlo en economía, y el 'espabilao' que hay en todos lados.
Es un país barato. Por 1 euro comes. Y por 15 los dos nos tomamos 2 menus con ensalada, pescado y entrantes en una terraza impresionante con vistas al Mar Negro. Eso fue en Asia, y no en Montecarlo jeje!

(Dentro de la Mezquita Azul)

No comí ni un Kebab. Es más, comí todo tipo de carnes y mucho ayran, ese yogurt típico que encuentras con facilidad en cualquier Kebab de Granada.
De monumentos creo que las fotos hablan por sí solas. Está todo muy limpio, son gente ordenada y un poco 'folloneros' con el tema del regateo. Hasta Ana se cabreó con uno porque dan mucho el 'follón'. Yo saqué unas buenas gangas Jeje! Hay que apretarles con el precio, que con los tratos y chanchullos a los que te llevan no entran en la Unión Europea Jaja!

(Paisaje de Estambul con el puente que separa Europa de Asia)

Además, te hasbrás fijado que estuve en el barrio de Galatasaray. Sí, el del equipo de fútbol. Tío, en Estambul hay 12 millones de personas y ni de coña lo parece. Hay un montón de barrios por ahí amontonados que ni siquiera pude ir. No por miedo, sino porque no había tiempo.

(Vista de Estambul en la noche)

No tomamos un taxi porque son bastante caros con los precios. De hecho, tienes que pactarlo antes de ir, así que fuimos en tranvía, y por 1 euro nos plantamos en la misma puerta del hotel al lado de la parada.
No veas los turquis cuando llaman a la oración a las 8 de la mañana. Mi habitación daba a la Mezquita Azul. Teníamos una vista privilegiada. Y al otro lado se veía el puerto industrial. Hice cálculos y la noche en el hotel valía 15 euros si ibas por tu cuenta. Estuvo genial!

(En el Mar Negro)

Saludos desde Murcia!!
Paz bro.
Postdata de Vivir para contarlo: y para que terminéis de ambientaros con los encantos de Estambul, aquí os dejo un video del artista turco Omar Faruk, famoso en el mundo entero por su música, y el cual yo descubrí gracias a Amira Klimt y sus 'Latidos de la Sandía'.

lunes, 2 de marzo de 2009

¡RETIRADA!

Manuel Ureste / Diplomacia Exprés
Se marchan. Seis años después de la invasión de las tropas de Estados Unidos en Irak para derrocar al régimen de Sadam Hussein, Barack Obama pone por fin una fecha exacta a la retirada de los marines en combate: el 31 de agosto de 2010 a las 24 horas locales de Bagdad. Ni un segundo más.

Sin embargo, como era lógico de prever, la retirada no va a ser total ni inmediata. Sino que se llevará a cabo de manera progresiva: de los 140 mil soldados desplegados en la actualidad, permanecerán en suelo iraquí entre 35 y 50 mil, para ir saliendo progresivamente hasta no quedar ni un ranger a la redonda para el 31 de diciembre de 2011.

"Parece que en el propio
partido demócrata, no ven
con buenos ojos la nueva
estrategia de salida
de Barack Obama"
No obstante, parece que en el propio partido demócrata no ve con muy buenos ojos esta nueva estrategia de salida. Especialmente porque: uno, se amplía en dos meses el plazo prometido por el afroamericano para la retirada; y dos –y más importante– se van a mantener unos 50 mil efectivos sobre el terreno, una cifra que consideran alejada de la promesa electoral.
Y hasta cierto punto es lógico el malestar o la desilusión de los demócratas y de todos aquéllos que pensaban que salir de Irak iba a ser cosa de colgarse el fusil al hombro y salir por la frontera silvando –tal y como hizo, por ejemplo, la España de Zapatero–.

"Seamos realistas: la democracia
en Irak es cualquier cosa
menos una democracia.
Por ello, salir de forma
responsable será vital para
no dejar al gobierno de Al Maliki
con las vergüenzas al aire"

Pero seamos realistas: la democracia en la ex dictadura de Sadam aún es cualquier cosa menos una democracia. Por ello, salir de forma ordenada y responsable es vital para no dejar al nuevo gobierno de Nuri Al Maliki con las vergüenzas al aire y en medio de una guerra civil entre sunitas, chiitas, seguidores de Múqtada Al Sáder, y los terroristas de Al Qaeda pegando bombazos a edificios de la ONU.
No hay que olvidar además el elevadísimo precio que ha pagado EU en esta guerra ilegal contra el terror (unos 4.250 soldados devueltos a casa en sacos –cifra oficial–, billones de dólares, la carga ‘moral’ de miles de víctimas civiles asesinadas por uno u otro bando, etcétera) como para arriesgarlo todo en una salida mal calculada, dejando que Irak se convierta –de nuevo– en un Estado fallido.

Por ello, a pesar de que la comunidad internacional desea ver cuanto antes un Irak libre, sin marines ni zorros del desierto custodiando las escuelas de Tikrit o Faluya, la estrategia de Obama, a pesar de no cumplir con la promesa inicial, es la correcta.

"La estrategia Obama es
la correcta: al menos ya
hay una fecha de salida
definitiva, lo cual es un
gran avance después de
seis años de injusticias"
Y lo es por varios motivos: en primer lugar, porque ya hay una fecha de salida definitiva –lo cual es un gran avance después de seis años de barbarie–; en segundo, porque se concede un margen de transición responsable a los nuevos líderes iraquíes para la consolidación de sus políticas; y en tercer lugar, porque con la medida de mantener 50 mil soldados tras la primera retirada, EU se asegura de que los terroristas no se harán de nuevo con el control del país, tal y como está sucediendo en Afganistán.
Estamos, por tanto, ante el principio del fin. Ante la luz al final del túnel si quieren. Pero seamos pacientes: el cambio de la ‘hiyab’ por los ‘jeans tejanos’ llevará su tiempo.