martes, 16 de octubre de 2012

“La curiosidad intelectual y las agallas son imprescindibles para el oficio de cronista”: Jon Lee Anderson


El periodista estadounidense Jon Lee Anderson durante la presentación de su último libro en la ciudad de México. //Foto: Manu Ureste

Escribe Juan Villoro en el prólogo del libro de perfiles El dictador, los demonios y otras crónicas que Jon Lee Anderson (Long Beach, California, 1957) domina el español “con la inquietante pericia de los agentes dobles” de las novelas de intrigas del inglés Graham Greene, su autor favorito. Aunque más que un pulcro y refinado acento anglosajón, este prolífico reportero insuperable en el arte de contar bien las malas noticias habla con una colorida y hasta simpática mezcla de acentos, palabras y giros del castellano –lo mismo usa expresiones colombianas, que corta el final de las palabras con gracia andaluza- producto de haber recorrido una larga lista de países de habla hispana para retratarlos a través de ese género que cambió para siempre Gabriel García Márquez y que hoy lo ha convertido en uno de los maestros del periodismo narrativo actual: la crónica.

Un género éste, que al igual que el genial escritor polaco Ryszard Kapuscinski, del cual la crítica lo considera su heredero –aunque más tarde el propio Anderson opinará al respecto que dicha comparación le parece “un poco demasiado”- lo ha llevado no solo de Cuba a España pasando por Centroamérica y Sudamérica, sino también a recorrer buena parte del planeta pisando múltiples territorios en pugna, como los que describe en los libros La tumba del león: partes de guerra desde Afganistán, La caída de Bagdad, Zonas de guerra, o más recientemente en La herencia colonial y otras maldiciones (editorial Sexto Piso), obra que presentó hace apenas unos días en la ciudad de México, y en la que por primera vez reúne diez crónicas publicadas de 1998 a 2012 en la prestigiosa revista The New Yorker sobre su labor periodística en países como Liberia -donde pasó un año de su adolescencia junto a un tío geólogo, tiempo que recuerda con nostalgia por aquellos viajes a la selva del interior en el que convivió con una comunidad tribal, los kpelle, quienes le dieron el nombre de Saki-; la Somalia donde ya nadie habla italiano de Sheij Sharif Sheij Ajmed -con el que pasó quince días en 2009 -”en aquel momento era probablemente el gobernante más débil del mundo”, asegura-; y por supuesto, la Libia de los últimos días de Muammar Gaddafi.

-En el prólogo de su nuevo libro, usted asegura que “en África, cuanto más cambian las cosas, más siguen estando igual que siempre” ¿A qué se refiere? –introduzco la primera cuestión mientras el veterano reportero aún se está acomodando como puede en una tarima, que usamos a modo de improvisada mesa de cafetería, en mitad del lobby del Museo de Antropología. Un impresionante escenario donde, en ya algo menos de veinte minutos, Martín Caparrós, Mario Jursich, Edgardo Rodríguez y Santiago Gamboa inaugurarán el primer coloquio abierto al público del encuentro Nuevos cronistas de Indias 2.

-Me refiero a que en algunos aspectos aquella África de antaño sigue estando ahí -se explica-; ese mundo de miseria y de tribalismo sigue estando presente, y eso se nota inclusive en la política de muchos países. En África, la nación-estado como concepto tiene más desafíos que en aquellos países donde la tribalización ya quedó atrás, ya que en estos países han tenido que tragar de golpe, en un periodo de tiempo muy corto, con estructuras impuestas que se suponen eran muy benéficas, a la misma vez que no habían resuelto su propia convivencia tribal, y esto es algo que hemos visto desde hace cincuenta años en África. Es decir, creo que las cosas van cambiando en África, pero sigue arrastrando cosas del pasado, tanto buenas como malas.

-¿Cuáles son las buenas?

-A África le faltaba infraestructura propia, esto es, hospitales, carreteras… A mí me consta la diferencia desde que estuve allí por primera vez en los años setenta y ahora. Por una parte añoro la caminata de ocho horas para llegar a Balamah, la aldea donde bailé por primera vez en mi vida, en Liberia. Veintisiete años después, cuando regresé en el noventa y ocho como reportero, aquel trayecto era un viaje de cuarenta minutos en camioneta y había una carretera. Todavía no tenían electricidad y aún andaba por ahí el diablo del monte. Es más, en ese momento estaba suelto y el pueblo se mantenía en vilo. Seguía el terror, eso era algo que no había cambiado, pero ya tenían una carretera que los conectaba con el mundo externo.

A continuación, el periodista, que también en años anteriores fue guardia en una cárcel de Florida, cortó tabaco en Kentucky, y se empleó de machetero en Honduras, hace una pausa de uno, dos, y hasta tres segundos, y añade:

-Mira, cuando digo cosas buenas, positivas, lo hago para referirme a que no todo está mal allí: ya hay gente más educada y más africanos que velan por sí mismos. Poco a poco África se va africanizando, y para mí eso es muy positivo.

“Gaddafi cometió crímenes; pero terminar de esa forma… debe humillarnos a todos”
-Durante la plática que dio recientemente en la presentación de La herencia colonial y otras maldiciones –le recuerdo el contexto- usted hablaba de que la banalización del mal es algo común en todos los dictadores, independientemente de que sean africanos, latinoamericanos o europeos. ¿Tal vez por este motivo Muammar Gaddafi acabó de esa forma tan brutal en Libia?

-Creo que actuaron como perros con él –contesta de inmediato, muy solemne-. Es cierto que Gaddafi cometió sus crímenes, pero terminar así, de esa forma tan humillante, debe humillarnos a todos. Saddam, que era un hijo de puta, tuvo al menos la posibilidad de mantener una compostura recta antes de ser ahorcado, aunque él nunca quiso esto; es más, él pidió en su juicio que lo fusilaran, pero al menos pudo encontrar su muerte con valentía. Creo que al final hay que mostrar algo de misericordia, aunque lo estés ejecutando, como en el caso de Hussein.

"Para Libia hubiera sido mejor que ejecutaran a Gaddafi tras un juicio; la forma en que lo mataron fue un crimen encubierto por todos"
-¿Para la estabilidad de Libia, que como usted apunta en su libro parece que ahora camina a trompicones a través de su proceso de transición política, hubiera sido un mejor comienzo que el sátrapa fuera enjuiciado y posteriormente ejecutado tras una sentencia?

- Sí, sí, hubiera sido mucho mejor para Libia. La forma en que lo mataron fue un crimen encubierto por todos y esto debilita la posibilidad de crear una democracia plena, porque ya estás comenzando con un punto negro y con un acto que es un crimen. No quiero decir con esto que todo esté perdido en Libia, pero fue un muy mal comienzo. Habría sido mejor un juicio y que los libios terminaran de hacer lo que querían con Gaddafi, pero como gente civilizada y donde realmente se ventilara todo lo que éste hizo durante los cuarenta y dos años que estuvo en el poder.

El periodista de The New Yorker acaba de publicar el libro La herencia colonial y otras maldiciones, sobre sus crónicas en África. //Foto: Manu Ureste

-Reporteros que han cubierto conflictos armados aseguran que, en muchas ocasiones, el miedo les ha salvado la vida. Usted que ha escrito numerosas crónicas desde múltiples campos de batalla, ¿qué opina al respecto?

Jon Lee Anderson esboza una leve sonrisa que, por momentos, le deforma la perfecta barba grisácea de candado que le recorre, casi de manera imperceptible el labio inferior, las comisuras de la boca y la barbilla.

Bueno -afirma en un tono reflexivo mientras tira levemente la espalda hacia atrás y estira las piernas- con la experiencia, tú como reportero vas aprendiendo qué cosas te pueden poner o no en peligro. Tienes instinto, intuición, más cautela, y claro, a veces tienes miedo. Y eso es lo que te hace decir “no voy por ese camino donde hay una turba, no entro a esa casa, no voy a acudir a esa cita donde no conozco a la gente…”. Hay que agachar la cabeza cuando hay plomo.

-A su juicio, cuál es el peor enemigo que puede tener un…

-La falta de curiosidad -contesta sin dejar siquiera que acabe la pregunta-. Si no eres curioso por naturaleza, no puedes ser un buen cronista.

“La curiosidad intelectual y las agallas son imprescindibles para este oficio”
-Juan Villoro dice que “los viajes son su territorio” -le comento-. Y que entre junio y septiembre de 2005 cruzó el Atlántico dieciocho veces, “una cuota normal en su género de vida”. Imagino que, al contrario de Gabo, Cortázar, o Carlos Fuentes, usted no tendrá miedo al avión con semejante colección de sellos en el pasaporte, ¿no?

El staff writer de The New Yorker se ríe distendido y niega con la cabeza. “No, no, la verdad es que no me da miedo volar”.

-Pero, ¿si es imprescindible tener ese espíritu de aventura para ser un buen cronista? -agrego a raíz del comentario anterior-.

-Mira, hay de todo -señala ahora más serio-. Yo no puedo decir eso. Sí soy bastante aventurero, pero hay gente que lo son menos y son muy buenos cronistas. Es decir, no todos tienen que ir a la guerra. Tú puedes ser muy buen cronista y hacer una excelente crónica sobre… qué se yo, la cámara de comercio. Supongo -hace una pausa enfática de un par de segundos-. No sé si la leería –ríe de nuevo-, pero en general creo que las agallas y la curiosidad intelectual son muy importantes en este oficio.

"Soy bastante aventurero, pero hay quienes no lo son tanto y son buenos cronistas; no todos tienen que ir a la guerra"
-Y hablando precisamente de ‘oficio’, una palabra cada vez más en desuso para referirse a la labor informativa, ¿como se siente en este periodismo en el que Internet, las redes sociales, las tabletas, los smartphones, y el minuto a minuto están cada vez adquiriendo una mayor importancia? ¿Se considera, digamos, un clásico?

- Un clásico… -repite alzando un poco la vista al techo-. ¿En lugar de jurásico? –repregunta con una sonrisa dibujada desde que intuyó por dónde venían los tiros, o el plomo -como él mismo diría-, en la argumentación de la cuestión-.

-No sé. No me defino -titubea-. ¿Sabes? Yo también tengo iPhone, uso el tuiter, escribo en blogs… Yo asumo lo que puedo de todo, y tomo lo que considero importante de lo más reciente: no soy el primero en probarlo, pero tampoco el último. Y hay cosas que me sacan de quicio y otras que, en cambio, sí encuentro muy interesantes. En general, creo que todo esto hace que la vida se sienta muy agitada y carente de tiempo para reflexionar y digerir las cosas. Y eso para mí sí es algo molesto, aunque no tengo una solución por ahora. En cualquier caso sigo creyendo que la crónica larga es una forma de proceder, tal y como estamos hablando en este coloquio. Pero no sé si soy un clásico. Lo que sí soy es una generación mayor que los jóvenes cronistas de hoy, claro. En ese sentido sí soy más viejo, pero no sé si eso me haga clásico -ríe-.

“¿La comparación con Kapuscinski? Me halaga, pero yo hago lo mío”
-Que lo comparen con Kapuscinski y que incluso digan que es usted su heredero, ¿le molesta, le halaga, o le es completamente indiferente?

-Decir que me molesta sería demasiado. Yo considero que Kapuscinski fue un gran escritor; me halaga, aunque creo que es un poco demasiado, ¿me entiendes? Porque considero que esto es un poco facilista; es como decir “él es como Kapuscinski, ah bueno, entonces ya no tienes que pensar más”. Hay esta tendencia de pensar muy rápido y poner etiquetas a las personas, y en general no me gusta ser cartonizado. Yo hago mi propia cosa. Yo no escribo ficción, y él sí lo hacía. Ahí mismo tienes la diferencia.

“Mientras haya impunidad y una falta de estado de derecho, no habrá solución al desamparo de los periodistas en México”
-Hablemos de México. Recientemente usted participó en el Hay Festival que se celebró en Xalapa, Veracruz. Un estado que, junto con el resto del país, ha sido noticia por el continuo asesinato de periodistas. ¿Cómo ve usted la situación?

-Mientras haya impunidad y una falta de Estado de Derecho en México, no habrá una solución al desamparo de los periodistas. No, no la hay –asegura para, a continuación, afirmar que va a escoger muy bien sus palabras para hablar de este asunto, y lanzar una pregunta tal vez incómoda, con una respuesta aún más incómoda-. ¿Y en dónde recae la responsabilidad de este asunto? Pues en el Estado. No han creado un Estado de Derecho en México; lo que han creado es un Estado donde se matan a los periodistas, además de a muchos otros ciudadanos, ya lo sabemos, y en el que nunca encuentran a los asesinos. Un Estado donde la narcopolitica ha minado fuertemente a ese mismo Estado, y esto es algo muy preocupante. Hace falta una reconfiguración al interior de la política mexicana, de la idiosincrasia de la política mexicana. Porque si no… -deja pasar unos puntos suspensivos y concluye-. Porque si no esto va a seguir.

¿La cobertura de la ‘guerra contra el narco’? No hay un reporterismo primario, todo es boletín informativo y crónica roja
-¿Qué se puede proponer para mejorar la situación?

-¿Solución para los periodistas? –se pregunta-. O se quedan callados y escriben diarios para luego un día escribir un libro de crónicas, o ayudan a un periodista extranjero para que ellos sean el portavoz de esa realidad que ellos quieren relatar. Porque los periodistas locales en tiempos de guerra… casi nunca pueden hacer nada. Casi siempre esta tarea recae en gente que pueden venir de afuera y despachar esa realidad, o lo publican a posteriori.

-¿Qué opina de la cobertura que hacen los medios de la llamada ‘guerra contra el narco’?

-No hay un reporterismo primario, todo es boletín informativo y luego crónica roja. Yo creo que todos estamos muy mal servidos en este sentido, aunque el terror es tanto que una comprende por qué.

-¿No le llama la atención México para escribir una de sus cartas?

-Sí, podría ser, pero hasta ahora no he visto una situación o personaje que me llame tanto la atención como para hacerlo.

"¿Perfilar a El Chapo Guzmán? ¿Acaso va a aceptar una entrevista conmigo?"
-¿Ni siquiera El Chapo, el narcotraficante más buscado?

-¿Y cómo voy a perfilar al Chapo? –contesta con una pregunta-. ¿Acaso va a aceptar una entrevista conmigo?… Y escribir sobre él sin verlo, a qué va eso. De hecho, yo tengo un colega en The New Yorker que más o menos ha estado reporteando en México y sería una intromisión por mi parte.

“Cuando leí Cien años de soledad fue una revelación; nunca había leído algo así antes”
Los veinte minutos pactados para la plática están muy próximos a concluir y en el salón del auditorio ya comienza a escucharse el murmullo del gran número de personas que acudieron a la inauguración de los coloquios abiertos organizados por Conaculta y la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI). Ante el paso del tiempo Jon Lee Anderson se remueve en la tarima un tanto incómodo aunque mantiene la cordialidad y la mirada azul fija en quien le lanza preguntas.

-Para terminar, escribe Juan Villoro que lo extraño de usted es que no sea un personaje de su autor favorito, Graham Greene… ¿Es este autor inglés su referente?

-Sí, es un referente, aunque no necesariamente mi fuente de inspiración inicial. Lo descubrí como a los dieciséis o dieciocho años y lo he seguido leyendo. Para mí es uno de los escritores más amenos para leer que he encontrado. No es que me guste toda su obra ni necesariamente participo de toda su política, pero más o menos. Era un hombre inglés de sangre azul, de izquierdas, y que cooperaba con el servicio secreto… En fin, había un poco de todo ahí, muy de otra generación. Pero yo lo admiré como escritor y me gustaba mucho su búsqueda de la moral en los márgenes de la misma moralidad, eso siempre me atrajo. El mundo es un lugar bastante gris… y él era un maestro de lo gris. Por eso me interesa tanto.

-¿Y García Márquez?

-Sí, sí, por supuesto que admiro a García Márquez. Su papel como padrino de la crónica latinoamericana y su gran obra de ficción lo hace, sin duda, muy querido. Cuando leí Cien años de soledad tenía como 19 años y fue una revelación, nunca había leído algo así antes. Y él realmente cambió la forma de percibir las cosas, así como Hemingway en su momento introdujo esa forma de escribir parsimoniosa, Gabo creó una nueva forma de ver el mundo, y eso hay que reconocerlo. Soy un gran admirador de él, y además como he tenido el privilegio de conocerlo me consta que es un buenazo, una persona muy generosa, ¿me entiendes? Es un tipo chévere.

Esta entrevista fue publicada originalmente en AnimalPolitico.com