jueves, 11 de septiembre de 2008

11-S: Los ecos del terror

Manuel Ureste/El Mundo de Córdoba
Ya no están. Las Torres Gemelas no aguantaron la embestida y cayeron avergonzadas arrastrando hasta el fondo de la hoy conocida como Zona Cero la vida de casi 3.000 personas. Simplemente, no lo soportaron. Fue demasiado peso para sus colosales cimientos de acero y hormigón armado anclados en un prepotente orgullo nacional y en una supremacía militar desenfrenada a base de bombas inteligentes guiadas por infrarrojos.
América hincó la rodilla una mañana templada y sin nubes de un martes 11 de septiembre cualquiera. No hicieron falta misiles Patriots ni proyectiles de crucero subsónico de medio a largo alcance Tomahawk. Ni el famoso escudo anti-misiles 'Starwars' tampoco hubiera servido de nada para frenar a los Boeing 767 que aquella mañana hicieron que el mayor imperio del mundo moderno viera el infierno de cerca. Más concretamente, a sus pies.

Siete años después, la "monumental lucha entre el Bien y el Mal" de la Doctrina Bush continúa librándose en cualquier mercadillo de especias de Bagdad, en un locutorio telefónico del barrio Lavapiés de Madrid, o en uno de esos bazares polvorientos de Jalalabad donde uno puede comprar desde papel de fumar a rolex suizos de oro de dudosa procedencia y/o calidad.

Hoy, la 'Guerra contra el Terror', la misma que ha hecho que la obsesión por la seguridad haya alcanzado una dimensión global, no se libra en las trincheras ni en los campos belgas de las Ardenas. No. Por primera vez, he aquí probablemente la primera y gran consecuencia del 11-S, un ataque terrorista ha desencadenado un conflicto asimétrico entre Estados y grupos difusos capaces de inmolarse en nombre de Alá y volatilizar sus restos frente a la puerta de tu casa, siendo éste el 'modus operandi' favorito de los muyahidines de Bin Laden y la hidra de mil cabezas conocida como Al-Qaeda. Esa franquicia del crimen que cualquiera puede franquiciar: desde un loco malhumorado que una tarde decide sembrar el pánico en el aeropuerto de Fránckfort, a un yihaidista convencido harto de ver tropas occidentales y cascos azules con las siglas de la ONU en Afganistán y el Líbano. De hecho, hoy no es necesario apellidarse Atta o Al-Zarqawi para armarse con un Kalashnikov al hombro y hacer la Guerra Santa por tu cuenta. Hoy, cualquiera puede ser Al-Qaeda.

Ahora bien, siete años después, ¿vivimos en un mundo más seguro? Para el presidente George W. Bush no hay duda: sí. De hecho, así lo proclamó a los cuatro vientos poco después de que ¿terminara? la operación Iraqui Freedom en su discurso sobre el Estado de la Unión: "Hoy el mundo es un lugar mejor y más seguro". Sin embargo, pocos -ni en su propia Administración- comparten esta visión tan simple y quizá demasiado optimista, máxime a tenor de que el número de marines envueltos en barras y estrellas y enviados de vuelta a casa en bolsas negras ya superó, el pasado aniversario, al de víctimas del World Trade Center y el Pentágono. Sin embargo, Bush insiste: "Será la Historia la que me juzgue".


Entonces, ¿en qué ha cambiado el mundo? Los estudiosos del terror responden. El profesor Pablo S. Blesa, experto en Relaciones Internacionales y Diplomacia, y vicerrector de la Universidad de San Antonio de Murcia (España), apunta a tres aspectos concretos: uno, el 11-S ha desatado la obsesión por la Homeland security -seguridad interior-; dos, la reducción en general de las libertades sobre el límite de la Ley -y más allá- (véanse los casos de Guantánamo y los vuelos secretos de la CIA por Europa); y tres, una "revolución neoconservadora" en la política exterior estadounidense para, "al menos en apariencia", luchar contra el terrorismo.

Por su parte, el Doctor Abu Nayib Warda, profesor palestino de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid, hace balance de la política exterior norteamericana considerándola "injusta", "desequilibrada" y culpable de que "el mundo viva una situación de permanente inestabilidad". En este sentido, y manteniendo el tono crítico, el corresponsal del diario británico The Guardian, y autor del libro Al-Qaeda. The true story of radical Islam, Jason Burke, habla del "giro a la unipolaridad" de Estados Unidos, y de la creciente "radicalización del mundo, debido al increíble fracaso de Washington a la hora de cortar la hemorragia de apoyo y simpatía hacia los terroristas".

Y precisamente, si sabe de algo esta Administración es de fracasos. De hecho, tal y como apunta Gonzalo Espáriz, de la agencia de noticias DPA, en su reportaje 'El último 11-S para Bush, el primero para el próximo presidente', siete años después, los resultados son "cuando menos dudosos: la guerra de Afganistán parece más lejos que nunca de solucionarse, la de Irak, aunque mejorando, aún no atisba el final y las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein nunca se encontraron, entre otros fracasos". A ello -añade Espáriz- hay que sumarle que el gran enemigo del país, Osama Bin Laden, sigue aún vivo, en libertad y amenazando a Estados Unidos cada vez que se le antoja a través de sus famosos comunicados vía Internet.

Pero no todo ha sido un fracaso en esta 'Guerra contra el Terror'. Así, tal y como destaca Rohan Gunaratna, autor del libro Inside Al-Qaeda y uno de los mayores conocedores de la red criminal, los niveles "sin precedente" de cooperación internacional en materia de seguridad a raíz del 11-S, ha provocado que Al-Qaeda "no pueda planificar ni tampoco preparar ningún atentado terrorista en más de un país a la vez". De hecho, el experto va más allá incluso en su argumento señalando que "la organización ha aprendido que su fracaso se debe al incremento de las medidas de seguridad internacionales".

Cierto o no, lo único seguro es que la Casa Blanca -a la espera de ver quién será su próximo inquilino- continúa con su política unilateralista de acción preventiva y señalando con el dedo a todos aquellos Rogue States -Estados bandidos- que, como Corea del Norte o Irán, pueden amenazar su seguridad. Ello, a pesar de que Al-Qaeda ha demostrado que no es posible hacer frente al problema del terrorismo pos-moderno lanzando bombas inteligentes en un mercado atestado de civiles, y con el compromiso de unos pocos aliados. "Si queremos destruir y neutralizar su organización resulta crucial para Estados Unidos crear una verdadera multidimensional y multinacional respuesta", concluye al respecto el propio Gunaratna.

Por ello, el mundo mira ahora con expectación a una fecha que podría cambiar de nuevo el rumbo de las relaciones internacionales: noviembre. Mes en que se decide el nuevo presidente de los Estados Unidos de América. Y mes en que los norteamericanos deben tomar la decisión de abrir el puño o cerrar más aún la mano. Sin embargo, y a pesar de cuál sea el resultado, hay que tener muy en cuenta una realidad: el terrorismo, como apunta el profesor Walter Lacqueur, "continuará existiendo mientras existan conflictos". Y, desafortunadamente, parece inimaginable concebir un mundo sin conflictos.