sábado, 30 de agosto de 2008

'Esperando mi tren'



Manuel Ureste/Vivir para contarlo
(Mientras preparo los próximos reports
sobre México, aquí os dejo un artículo
de la 'vieja cosecha')

Es curioso, piensa. El efecto
que en su memoria le motiva
la imagen de ese viejo Talgo
arribando a la taciturna estación de
turno.

Ajeno a su soledad y pegado a
unos cascos, hojea la prensa con des-
gana, ciscándose en todos los Bushes
y escudos antimisiles que la OTAN
pretende instalar en Europa para de-
fender Nueva York en caso de que a
los rusos se les vaya la pinza. “Hay
que joderse con estos yankis”, mastica
con una sonrisa mitad irónica, mitad
pura resignación cristiana.

Pasa página, y entre titular y titular
mira de reojo hacia arriba, echando un
vistazo al panel que le indica que aún
queda más de media hora para que
llegue el expreso de medianoche que
le habrá de transportar a otra historia,
otra verdad.

Da el último sorbo de café antes de
encestar de tres con el vaso de cartón
arrugado y se levanta. Anda varios pa-
sos y llega a la orilla del andén. Allí se
estira, da un bostezo, y con la mirada
vacía intenta alcanzar el fin de los
caminos difusos de aquella estación
añeja de primeros de siglo XX.

Unos caminos de hierro frío, cas-
tigados ya por las inclemencias del
tiempo y la crueldad del paso del mis-
mo. Se abriga -está lloviendo nieve-,
y mira a su alrededor para ver a gente
anónima, pero a la vez semejante, que
camina de un lado a otro.

No les conoce. Ni jamás ha cru-
zado una palabra con ninguna de
aquellas almas. A lo sumo, un “hola,
qué tal”, “me dice la hora, por favor”.
Y poco más. Sin embargo, se siente
identificado con sus caras ajenas, noc-
turnas, y que se repiten una y otra vez
allá donde deja caer muerta la mochi-
la. Al fin y al cabo, todos esperan que
pase de una vez ese maldito tren con
destino a sus brazos, o cuya última
parada es una nueva ilusión, un nuevo
trabajo, una nueva esperanza. “Es otra
historia, otra verdad, entre los caminos
difusos de esta ciudad”, se repite al
son del Cuentacuentos, como diciendo
a ver qué me depara el nuevo día.

Ladea ligeramente el plumas negro
y mete la mano en su bolsillo izquier-
do. Encuentra dos monedas y las in-
troduce en la máquina -clink, clink-.
Saca un sniker y vuelve a sentarse.
Espera que el próximo que asome por
la boca del túnel sea, por fin, el suyo.
Allí piensa en ella, en lo fría que
tiene las manos la noche, y en todo
aquello que le decía a los ojos. “Todo
lo que quiero ver son las aguas que
inundan tus maneras”, le había escrito
en un papel desgastado y con olor a
arena de cuando aquellas páginas he-
ridas por sus versos.

Vuelve a leer el periódico, y duda
si ir de nuevo a la máquina a por otro
café, o dar un sorbo de agua helada que
le despeje un poco la cara. Decide fi-
nalmente que prefiere tomar conciencia
de sí mismo y no mirar más a las estre-
llas, infinitas, lejanas, e inalcanzables
por mucho que saltes. “No me resigno,
tiene que haber algo más”, se convence
dirigiendo la mirada al suelo sucio y
gris, como quien quiere dejar su huella
allá por donde pisa.

Cierra los ojos en un gesto de pa-
ciencia y mira adentro. El viejo tren
comienza a asomar por el infinito con-
fuso cuando siente que sus pies des-
pegan en aras de una realidad que no
llega y que ansía. Escucha melodías,
sueña que su sueño no acaba al des-
pertar, y que se le marchita el corazón
cada día un poco más.

El tiempo se le escapa y la duda
le tiene rehén. La máquina asoma tí-
midamente la cabeza por el final del
túnel, y mientras él en el andén sigue
esperando su tren.

martes, 12 de agosto de 2008

¡MAMÁ, QUIERO SER RUDO!

La Lucha Libre mexicana es como una novela: "Si no hay un villano, no tiene chiste la historia". De ahí que en esta particular representación del Bien y el Mal y su eterna lucha, el papel de los 'rudos' se esté revalorizando a pasos agigantados frente al de los 'técnicos'.


Manuel Ureste/Veracruz

De Tijuana a Chiapas, Jorge lleva 15 años recorriendo los cuadriláteros de la República con una idea fija en la cabeza: encontrar a quien poder arrancar la máscara, o cortar sin piedad la cabellera.
Por algo él es un rudo. El gladiador que te hará reir y llorar “en cuestión de segundos”, y que intentará por todos los medios hacerte claudicar ante su burlona superioridad sin importar qué métodos utililice.
“Represento todo aquello que nunca se debe hacer, y que, sin embargo, se hace”, afirma este admirador de Sangre Chicana, mientras apunta con el dedo a una silla de metal y añade, con un tono de picardía, de como si nadie le estuviera escuchando, que “los rudos siempre infringimos la ley”.
La pasión por la adrenalina tocó su puerta a muy temprana edad. “Los veía como súper héroes”, recuerda con una sonrisa. Aunque no sería hasta los 21 años cuando un gimnasio local le diera “chance” en esta particular representación del Bien y el Mal, “y de la vida misma”, que es la Lucha Libre.

Jorge es un tipo normal. Educado, agradable, carismático, y al que todos en Córdoba conocen por el gimnasio donde trabaja. Sin embargo, cada domingo experimenta algo diferente. Su piel llena de tatuajes que hablan del mar y de sus misterios inicia una lenta “metamorfosis” que le transporta a un viaje por su álter ego más violento y desenfrenado.

El “ritual” empieza en el vestuario. Allí, lava su cara despacio, sintiendo el aplastante peso de la presión producida por los gritos de quienes abarrotan la arena. Levanta la cara poco a poco y mira al espejo con desprecio. “Ahí estás”, le dice. Entonces, sonríe de medio lado. Por fin, lo encuentra. Desafiante como ninguno: Marinero Acosta Junior. El provocador que todos llevamos dentro, y que hace que aquéllos que sueñan con formar parte de esta espectacular batalla entre el Bien y el Mal den un salto de entusiasmo en el sillón y griten con el puño en alto: “¡Mamá, quiero ser rudo!”.











“La gente le va a los rudos”

Dicen los que saben de este deporte, que la Lucha Libre es como una novela. Si no hay villano, no tiene “chiste” la historia. Quizá por este motivo, tal y como apunta Francisco Córdoba, instructor y luchador profesional desde hace 15 años, los técnicos estén perdiendo terreno y, sobre todo, el favor de los más jóvenes.

Como muestra, un botón. Antonio Jesús Rodríguez Molina cuenta con 12 años y una fluidez a la hora de expresar sus ideas poco habitual para un chico de su edad. No le llama la atención ni el fútbol, ni ningún otro deporte. Apenas lleva dos meses entrenando en el Coliseo Cordobés, pero la pasión -afirma con gracia- le viene de muy “chiquito”. Su estatura no sobresale de la de sus compañeros en la lona. Más bien podría decirse que, por el momento, es bajito y delgado. Pero poco le importa: él también es un rudo. “Me gustan por su forma de ser y sobre todo por cómo se expresan en la Lucha Libre”, comenta, añadiendo con una sonrisilla de pícaro que, a su juicio, ellos “son los mejores”.
Cierto o no, lo que parece seguro es que el perfil del luchador todo vale en la arena está revalorizando su popularidad a pasos agigantados. “Ahora comenzamos a tener cierta aceptación. A la gente le van más los rudos; la balanza está mucho más equilibrada que hace unos años”, explica Jorge “Marinero Acosta Jr.”, quien añade al respecto que “antes, los técnicos podían hacer cualquier cosa porque la gente siempre les iba a aplaudir”.

“Esto es un deporte, no un circo”
Pero que nadie pierda la perspectiva. La adrenalina a veces ciega a quienes, desde el calor de las gradas, piden al luchador que mate literalmente a su oponente en la lona.
“No hay que olvidar que esto es un deporte espectáculo. No un circo”, recuerda Francisco Córdoba, que en este sentido hace hincapié en que ésta es la principal idea que trata de inculcar a los alumnos. “La lucha libre enseña disciplina y educación. Por ello, lo que tratamos es alejar a la juventud del vicio y de la droga. Eso es lo más importante para nosotros”, reitera al respecto.

Y ellos, ¿lo entienden así? Jorge Emiliano y Jorge Maximiliano a buen seguro no superan la docena de años. Llevan dos meses entrenando junto al instructor Córdoba. Ambos usan lentes y ambos comparten la pasión por ídolos como El Zorro, Cibernético, Místico, El Último Guerrero, o Triple H.
“Sabemos que la lucha libre es un deporte agresivo”, aseguran al unísono. “Además -explica Jorge Emiliano con cara de susto-, puede haber lesiones, fracturas... e incluso la muerte. Por eso hay que entrenar muy bien para ofrecer un buen espectáculo”.

La lección del profesor Córdoba a ras de lona surte efecto en sus pequeños aspirantes. De ahí que, a cada pregunta realizada, todos repitan aquello de que un buen entrenamiento y una férrea disciplina son las claves para mantener la pureza de un evento cada vez más influenciado por la parafernalia estadounidense.
“A los jóvenes primero hay que enseñarlos a gatear. Yo no voy a poner a un niño a subirse a las cuerdas... eso hay que llevarlo despacio. Nadie puede ser luchador en tan solo tres meses”, advierte el entrenador.

Por ello, Marinero Acosta también aconseja “paciencia” a quienes acaban de empezar, y que den tiempo al tiempo. “Ellos lo quieren todo muy rápido. Pero nada es fácil y regalado. Todo tiene un costo”, asegura. Sin embargo, si hay algo que sobra a la juventud es ilusión. Esa que hace tan “especial” y “bonito” este deporte y que provoca los típicos nervios en el estómago antes de subir al cuadrilatero. Ya que, como afirma el propio Marinero, “el día que no los sientas, la Lucha Libre habrá muerto para ti”.

sábado, 2 de agosto de 2008

LA 'ESTRELLA' DEL ROCK Y EL 'COWBOY'

Uno, es negro. O afroamericano si lo prefieren.
Acaba de realizar una
gira triunfal por Oriente y Europa al
estilo The Beatles, y goza de niveles
de popularidad en el Viejo Continente
propios de la banda de Sir Mick Jagger
y compañía.
El otro, por su parte, sirvió con hono-
res en Vietnam y es republicano. Como
su compadre, George W. Bush. Aunque
a este último eso de servir a la patria y
jugarse el pescuezo en medio del desier-
to o la selva sólo lo hace jugando con
Collin Powell a la Play Station.












Barack Obama y John ‘cowboy’
McCain
son como una película de Pedro
Almodóvar y Roman Polanski: no se
parecen en nada. Son guiones exagera-
damente distintos y contrapuestos.
El argumento del cine de autor a
la europea de Obama es sencillo y
complicado a la vez. Change. We can
believe in!

Podemos cambiarlo. Bien. Bonito y
además necesario. De ahí que Europa,
harta de aguantar la ‘War on Terror’ de
Bush, la Condo, y el listillo de la clase,
Donald Rumsfeld, se rinda ante los pies
de alguien que, al menos, propone dar
un giro a la desastrosa política de la
actual Administración estadounidense.

Así quedó demostrado en las calles de
Berlín, cuando el senador de Illinois
dijo, a lo John Fitzgerald Kenney,
aquello de “juntos, debemos derribar los
muros del Siglo XXI”. Y claro, algunas
(y algunos) quisieron hasta lanzarle la
ropa interior. Plas, plas, qué grande es
este morenito tan guapo.

En cambio, el argumento de la
típica americanada de McCain, estilo
‘Independence Day’, con Will Smith
fumando el puro de la victoria después
de patear, él solito, el gran culo de esos
marcianitos tan malos, ofrece más de lo
mismo. Es como esas películas de susto
fácil para adolescentes de universidad
yanqui, tipo Scream o Sé lo que hicísteis
el último verano
. Si viste la primera, has
visto el resto de la trilogía.

En este sentido, frente al discurso,
según las críticas, “rosa” y propio de
“Walt Disney” de Obama, John Mc-
Cain prefiere no salir de Estados Uni-
dos para anunciar a los cuatro vientos
lo bien que lo va hacer si lo eligen
presiente. Como mucho, va a México
a visitar la Basílica de la Virgen de
Guadalupe (Virgencita, que me quede
como estoy) y de paso ofrecerles la
gran solución a los chilangos: sí, el
narcotráfico es muy malo. De verdad
que sí. Por cierto, vamos a construirles
algunos muros de unos cuantos miles
de kilómetros, y unas barreras virtuales
que van a quedar muy chidas. Órale, ya
verán. Mientras, los fieles le aplauden y
dicen, oh, qué gran hombre, que viene a
visitar a nuestra Virgen.

Sin embargo, el discurso de Obama
ofrece algo diferente. Aún no sabemos
si factible o no, pero al menos propone
soluciones para intentar remediar el
tremendo desaguisado que ha generado
la política preventiva de Bush en todo
el mundo. Para empezar, Irak. País que,
por cierto, no hace frontera con Pakis-
tán, tal y como afirmó recientemente
McCain (al igual que Bush, la Geografía
no es su fuerte). Y para continuar, Afga-
nistán, Irán y Corea del Norte. Prestan-
do especial atención a toda la zona de
Medio Oriente, que en la actualidad es
un nido de terroristas, en gran parte,
gracias a la famosa Guerra del Terror de
la Administración actual.

Ahí está la clave de por qué 200.000
berlineses, muy poco dados a las para-
fernalias políticas -y menos, si vienen de
los Estados Unidos-, aclamaran al sena-
dor afroamericano durante su discurso.
Pero que nadie se lleve a engaño.
Obama no ha ganado absolutamente
nada. Y puede que no lo haga nunca.
Porque una cosa es que en Europa, har-
tos de guerras ilegales con el sello ame-
ricano, se le admire y hasta idolatre, y
otra muy distinta, lo que el americano
medio tenga pensado a votar.

Es más, el entusiasmo global puede
jugar en contra del aspirante demócra-
ta. Ya que, a buen seguro, va a activar
aún más el voto republicano, siempre
fiel a las urnas. En cambio, tal y como
ha demostrado la Historia, el voto de-
mócrata es mucho más impredecible.









Asimismo, McCain comienza a
contragolpear duro jugando la baza
de hacer política dentro del país en
momentos de especial sensibilidad
económica. Y atacando las dudas del
senador de Illinois en cuestiones vita-
les como la retirada estadounidense de
Irak, el cambio climático o el estatus
de Jerusalén.

Y lo más importante de todo a te-
ner en cuenta: al presidente de Estados
Unidos no le eligen los europeos. Ni
los políticos, ni los titulares de prensa
del Viejo Continente. Sino sus conciu-
dadanos y un sistema electoral comple-
jo y con algunas lagunas. Y ésa, my friend,
ya es otra historia. Y si no, pregunten a
George W. Bush.