lunes, 21 de junio de 2010

'No buscan tu opinión, sólo tu voto' (Estamos en campaña)

"Tenemos algo en común
le dijo un presidente a un embustero..."

Lírico, de Doble V

Manuel Ureste / VPC

Es que se me salta la lágrima, oiga. Vamos, que lloro a moco suelto -snif, snif- con solo de verlo. O mejor dicho, de verlos. Ya saben, a esos políticos y políticas, humildes y humildas, que van por el mundo sin corbata y con las mangas subidas hasta los codos; ensuciándose los zapatos Martinelli de mil euros en el barrizal; saludando de abrazo -¡quiobo compadre!- a los campesinos y a los pobres indígenas de la sierra; sudando la gota gorda con el atuendo típico de la zona que corresponda; caminando por esos caminos llenos de baches y en pésimas condiciones que otros no quisieron arreglar -los muy canallas-; y con las sobaqueras de las finísimas camisas de Burberry manchadas por el tremendo esfuerzo que lleva consigo la lucha estóica y heróica por el voto. Guau.

Pues sí. Es para echar la lágrima -y el moco-. Porque, mires donde mires, ahí los tienes. Lo mismo los ves en un espectacular gigante, bien peinaditos con la raya a un lado y retocados a base de fotoshopazo, que te los encuentras en el centro histórico de la ciudad repartiendo apoyos a dos manos, o ayudando a un pobre abuelito indefenso a cruzar la calle. Angelitos.
Y es que así son: una raza de seres superiores. Incansables. Incombustibles. Inagotables. Con una moral blindada y a prueba de mordidas. Que van tocando puerta por puerta. Convenciendo al contribuyente como debe ser: con ideas. Con trabajo. Con esfuerzo. Con honestidad. Con las manos limpias y sin mirar el bolsillo. Con propuestas. Con iniciativas. Con planes que combatan al subdesarrollo de las zonas más marginadas. Con proyectos integrales de infraestructura para que todos avancemos una cosa mala y en tiempo récord. Y con estrategias que reducirán a la mitad el número de ladronzuelos de poca monta que ensucian nuestras calles. -Y la otra mitad, para el otro trienio. Que tampoco es cuestión de arreglarlo todo el primer día-.

En efecto. Por si no lo había notado, estamos en campaña. El momento de la paz social, la democracia y la solidaridad -¿quién dijo que había que esperar hasta Nochebuena?-. El momento de dar sin esperar nada a cambio; de poner la mano, ding, ding, ding, y a ver qué cae. Porque ahora usted no es un simple ciudadano. No. Ahora, estimado votante, usted es un amigo. Un cuate. Un cuais. Un carnal. Un hermano. Una persona con necesidades, con ilusiones, con miedos, con frustraciones y obsesiones, a la que les interesa muchísimo escuchar. Porque ellos -aunque no lo parezca- también son humanos. Como cualquier hijo de vecino que se preste. Son gente normal y corriente a la que el poder nunca cambiará. Ni el dineral que ganan y los carros descapotables que manejan. Ni tampoco los jets "privados" en los que viajan bebiendo champán con sus impuestos "públicos". Qué va.
Porque ellos son los buenos. No le quepa duda. Son los elegidos. Los líderes que asumirán, llegado el momento, el peso de la responsabilidad. Los hombres de bien en los que puede confiar a ojo cerrado. Los oradores ajenos a la demagogia más barata y al populismo ramplón. Los gestores implacables que limpiarán el Gobierno de rateros y corruptos. Y todo por vocación. Faltaría más. Por el bien del país. Por la Patria. Por el Águila y la Serpiente a punto de ser devorada. Y por lo que sea necesario, oiga. Por algo -juran- son su mejor opción de futuro. Y por algo, cómo no, quieren su voto. A como dé lugar.




lunes, 7 de junio de 2010

Mi aventura en el mar (La Isla del Tesoro)


"Quince hombres sobre el cofre del muerto
yo-ho-ho!! y una botella de ron"
Canción de los piratas


Manuel Ureste / VPC
Pues sí. La cosa va de clásicos. Y es que, si unos 'posts' atrás hablábamos de Drácula y sus juergas nocturnas por London city, en esta ocasión os cuento que hace no mucho acabé de leer 'La isla del tesoro'. Novela del escocés Robert Louis Stevenson, publicada por primera vez en 1883 en la revista 'Young Folks'. Y la verdad, me gustó mucho. Es un obra refrescante, de lectura fluida, y con un elevado nivel de adicción. Vamos, que te la 'ventilas' en dos cafés y un paquete de Camel. Si es que no menos.

La historia comienza en la vieja posada 'El almirante Bembow', lugar en el que Jim Hawkins -el joven protagonista- vive junto a su padres. Todo transcurre con normalidad hasta que un buen día aparece por allí silvando un tal Billy Bones, temible pirata de cara cortada, con un misterioso viejo cofre bajo el brazo. "Quince hombres sobre el cofre del muerto. ¡Y una botella de ron!", repetía cientos de veces mientras atemorizaba a la clientela del almirante Bembow con sus malas maneras... y afilada espada.
Pronto, el viejo Bones se haría el dueño del lugar. Pero su adicción al ron -cosa extraña en un pirata- le pasaría factura, muriendo víctima de una apoplegia.
Tras su fallecimiento, el intrépido Hawkins decide resolver por su cuenta el enigma del cofre del muerto. Encontrando en su interior lo que todos esperábamos: el mapa de la Isla del Tesoro. Sin embargo, el cuento no iba a ser tan fácil. Ya que poco antes de que Bones muriera, éste había recibido la visita de 'Perro negro', marinero de malas artes que acude a la taberna para hacerse con el cofre y emprender la búsqueda del ansiado tesoro del Capitán Flint, "el pirata más sanguinario que alguna vez haya vivido". Sin embargo, Perro Negro no tendría éxito, ya que el astuto Hawkins fue el más rápido de la clase y huyó con el mapa bajo el brazo.
La encarnizada búsqueda del tesoro... no había hecho más que empezar.

Lo cierto es que siempre me fascinaron las novelas de aventura. Especialmente, si éstas tienen que ver con el océano, antiguos galeones hundidos, tesoros enterrados en una isla misteriosa, o nuevos mundos por descubrir entre los recovecos del inmenso Mare Nostrum.
Ejemplo de ello, fue la ya citada en VPC '20 mil leguas de viaje submarino', de Julio Verne. O el entrañable 'Viejo y el Mar', de Hemingway. Pero en este caso, la obra que ocupa este post es -tal vez junto a Mobby Dick- la novela de aventuras por excelencia. Con aquellos piratas de los de verdad -como Jonh 'El Largo' Silver... nada que ver con el hollywoodense Jack Sparrow- , de parche en el ojo, mascando tabaco y escupiendo sobre la madera añeja, y gritando a sus subordinados temerosos aquello de '¡rayos y centellas! ¡Tirad al muerto por la borda de una maldita vez!'. O con aquellos otros marineros, viejos lobos de mar, siempre fieles a la taberna y a la bandera de 'Her Majestic' La Reina, tratando de poner las cosas en su sitio manteniendo a raya a los corsarios a punta de sablazo.
Pero no se crean. 'La isla del tesoro' es algo más que un cuento de aventuras. En realidad se trata de un ensayo, con un agradable olor a brisa salada pegándote en la cara, sobre la eterna condición (des)humana. Por lo que entre sus páginas encontraremos entre espadazos y cañonazos de balas del 15 una feroz crítica a la abaricia desmedida del hombre. Así como a su insaciable hambre de dinero, riqueza y absurdo poder. Un poder que, sin embargo, no será capaz de hacer frente al majestuoso mar. El cual, con su temible bravura, dejará siempre flotando las miserias del ser humano sobre la invisible línea del horizonte. Como los restos de un naufragio.

Puntuación de VPC: 8

Fotos: Charls