martes, 21 de abril de 2009

'Depacio que tengo prisa': una noche de guardia con la Cruz Roja


Manuel Ureste / Vivir para contarlo
Asegura que aún lo recuerda horrorizado: era un domingo de guardia cualquiera. Tranquilo. Incluso hasta aburrido podría decirse. De pronto, entre cientos de llamadas ‘de broma’, una alerta sobre algo insólito: se trata de un bebé de apenas meses. Su madre ha salido a trabajar y no se le ocurre mejor idea más que dejarlo amarrado a la cuna. “Todavía tengo el rostro en mi mente de ese chamaco -cuenta el testigo directo de la escena-; cómo lloraba desesperado, cómo se movía nervioso, indefenso... fue muy duro, uno de los casos más tristes que recuerdo en mis 23 años en la Cruz Roja”.
Tras el llamado de emergencia, los paramédicos llegan a la dirección indicada. “En estos casos siempre piensas de todo: que se cayó de la cama, que se quemó, que se enfermó...” Todo menos que, literalmente, se lo estaban comiendo las ratas...

‘Ser voluntario
es parte de mi vida’
José Gonzalo Barragán es ingeniero agrónomo. De lunes a viernes dedica todo el tiempo y esfuerzo a su ‘chamba’. Y los fines de semana maneja una ambulancia como voluntario de la Cruz Roja.

"La gente no es consciente de que
por ir a una llamada falsa,
se está perdiendo un tiempo vital
para atender otras emergencias.
Nosotros no jugamos.
Nosotros trabajamos con vidas"
Su filosofía: ‘despacio que tengo prisa’. Un lema que ha mantenido durante los 23 años que lleva en la institución. “Para mí, ser voluntario ya es algo que forma parte de mi vida”, cuenta Barragán, mientras una y otra vez suena el teléfono sin que nadie conteste al otro lado del aparato. “Las bromas –comenta con tono de preocupación– son un problema grave que merma la tranquilidad de una guardia. No podemos ni tomar un respiro”.
Y es que, “sin exagerar”, la Cruz Roja de Córdoba recibe hasta 100 llamadas en una sola noche reportando accidentes que nunca sucedieron y “algún que otro recordatorio familiar”. “La gente no es consciente de que por ir a una llamada falsa, se está perdiendo un tiempo vital para atender otras emergencias. Nosotros no jugamos. Nosotros trabajamos con vidas”, recalca José Gonzalo, quien pregunta al respecto que “qué tal se sentirían estos bromistas si esa persona a la que llegamos tarde a atender fuera un familiar de ellos?”.

Infografía: Francisco Pineda, diario EL MUNDO DE CÓRDOBA

‘Tenemos una emergencia’
Son las dos de la madrugada. La noche en el hangar de la Cruz Roja cordobesa transcurre sin contratiempos. Unos pasan el tiempo libre viendo películas, otros con sus computadoras, y otros hablan de la familia mientras checan el equipo sanitario. De pronto, surge una urgencia. Y esta vez no es broma: “tenemos un choque lateral entre un Chevy y una camioneta”.
José Gonzalo deja a medio bocado la hamburguesa doble con piña y se pone a los mandos de la ambulancia. Junto a él, le acompaña el resto del equipo formado por el jefe de servicio y otros dos paramédicos.
Nos ponemos en marcha. El ruido de la sirena en el silencio de la noche es estremecedor. Las pulsaciones se aceleran: “Cuando vas de camino a la urgencia, siempre sientes nervios porque nunca sabes qué te vas a encontrar”, confiesa ajustándose los guantes de látex, Ricardo Rodríguez, un joven subparamédico córdobés. “No sabes –añade–, si quien tiene la emergencia es un conocido, tu vecino, tu amigo... o incluso un familiar”.
“El socorrista no es un súperheroe.
Él tiene que solucionar un problema,
no ser parte del mismo”

Al volante, fiel a su lema ‘despacio que tengo prisa’, Barragán se abre paso entre calles y avenidas a un paso moderado. “Porque si vengo a 90 km/h, quizá llegue dos minutos antes. Pero estoy poniendo en peligro a otras personas y a mi propio personal”, explica el ingeniero sin perder de vista las señales viales. “A veces –añade– es muy difícil medir la magnitud de la emergencia. Sin duda, lo más difícil es cuando tienes que trabajar con niños de 3, 8 ó 10 años... no sientes miedo, pero sí mucha tensión”.
Una vez en el sitio, todo debe estar bajo control: el conductor da el permiso al resto para abandonar el vehículo. Ya sobre el terreno, realizan una inspección. José Gonzalo deja la ambulancia con el motor encendido –siempre lo hace– y se dirige al oficial de Policía de Tránsito para conocer con mayor detalle qué ha sucedido.

“A veces es muy difícil medir
la magnitud de la emergencia.
Sin duda, lo más difícil es
cuando tienes que trabajar
con niños de 3, 8 ó 10 años...
no sientes miedo, pero sí
mucha tensión".
“El socorrista no es un superhéroe. Él tiene que solucionar un problema, no ser parte del mismo”, explica. “Entonces –continúa–, si llegamos a un incendio y no están los bomberos, tendríamos que esperar a que llegaran para poder entrar y actuar; nosotros también estamos poniendo en peligro nuestras vidas”.
Tras atender a los heridos, los accidentados se niegan a ser trasladados. Ricardo, el joven subparamédico, deja constancia en un informe que deben firmar los atendidos. Sin embargo, muchos se niegan a hacerlo: “Es habitual –explica el propio Rodríguez–; piensan que les puede traer problemas... pero es igual, porque el jefe de servicio tiene que registrar que no han querido firmar”.
Finalmente, una vez que garantizan que la salud de nadie corre peligro, su labor concluye. Ahora es turno de Tránsito resolver los asuntos ‘burocráticos’ que implica un choque.

El regreso a casa
De vuelta al hangar, las sirenas ya no suenan escandalosas, alarmantes como unos minutos atrás. Los paramédicos se quitan los guantes de látex y guardan silencio. Sus rostros reflejan de nuevo una calma tensa: saben que pueden volver a la acción en cualquier momento.
Sin embargo, esta vez ha habido suerte: el teléfono sólo sonó para las tristemente habituales bromas de madrugada.
Es momento de que José Gonzalo y compañía vuelvan a sus vidas con el deber cumplido. “Antes de llegar a casa –concluye Barragán–, lo que hago es sacudirme todo lo que uno ve y siente sobre una ambulancia. Abrazo a mis hijos, doy gracias a Dios porque ellos están bien, y procuro olvidar todo lo visto hasta la siguiente guardia del sábado”.

Reportaje publicado en Diario EL MUNDO DE CÓRDOBA, el martes 7 de abril.

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