lunes, 14 de septiembre de 2009

Crónica en Verde: un día como aficionado de la Selección Azteca (Segunda Parte)

Manuel Ureste / VPC

Parte 2: en el Azteca


Los alrededores del Azteca son como los de cualquier otro estadio: con el clásico tipo que se acerca a ti con sigilo intentando revenderte la entrada al mejor precio del mercado negro y miles de puestos con camisetas pirata, banderas, bufandas y demás artículos haciendo su agosto. Nunca fallan.

Sin embargo, el interior es otra cosa. Su capacidad para 115 mil personas gritando y dando saltos le dan un aire majestuoso. Imponente. De estadio en el que hasta el durísimo cemento de los asientos tiene solera. No en vano, por ese césped cortado a ras se han consagrado leyendas como un tal Edson Arantes do Nascimento, al que muchos llamarían 'O rei Pelé' tras el Mundial del 70. Y en esas porterías, dieciséis años después, un jovencito llamado Diego Armando Maradona saltaría a la fama mundial por aquella 'mano de Dios' ante Inglaterra en cuartos de final, marcando además aquel 'gol del Siglo' en el que dribló hasta a la Reina de Gran Bretaña.

En efecto, estaba sentado en la Catedral del fútbol mexicano. En 'el Coloso de Santa Úrsula', como también lo llaman. Tomando fotos y haciendo la ola como uno más dentro de aquella gigantesca marea verde que engullía sin piedad a los no más de mil aficionados hondureños que estaban en una esquina.

Durante el calentamiento de los equipos, la Selección mexicana utiliza una particular forma de intimidar a su oponente centroamericano. Si Guardiola usó el famoso video de la oscarizada 'Gladiator' para motivar a los suyos en la final de la Champions League, el Tri calienta el ánimo del Azteca a grito desgarrado de mariachi.

Empieza el partido. El equipo de Aguirre sale como un vendaval en busca de la pelota que controla el conjunto de Honduras. En el cemento, el griterío es enorme. Miles de gargantas se destrozan al grito de 'México, México' mientras los vendedores de refrescos, pizzas, papas, botanas, sopas precocinadas, cervezas claras y oscuras, pambazos, tortas al estilo DF, taquitos al pastor con queso, papas a la francesa, chicles, caramelos, cacahuetes con chile y limón, banderas con el águila devorando a la serpiente, playeras verdes y blancas, sombreros charros, etcétera, venden la mercancía a dos manos.

Pasan los minutos y el marcador no se mueve. Cuauthémoc y compañía tienen varias oportunidades claras que hacen que el público se levante del asiento en varias ocasiones. Especialmente con la oportunidad del delantero Sabah, que no acierta a colocarla dentro del marco rival tras un potente cabezazo que sale fuera por poco.

El descanso
Llega el descanso con un incómodo murmuro tras las ocasiones desaprovechadas. Cero a cero en el luminoso. Honduras viene a lo que viene: a sacar un empate y poco más. La cola en el baño es inmensa. Un larga fila se pierde por el horizonte. Aunque, al menos, el ritmo es vertiginoso. Entran y salen. Entran y salen. Así, en no más de cinco minutos estoy en el interior haciendo otra cola. Hasta cuatro filas se agolpan sobre las letrinas donde, todos bien pegados codo con codo, damos salida a los litros de chela.

De regreso al asiento, ambas selecciones están de nuevo sobre el césped. Ninguno de los entrenadores ha hecho cambios en el plantel. Comienza el partido con un juego poco vistoso y embarullado. La afición entonces se dedica a sus dos grandes pasatiempos durante el encuentro: hacer la ola y meterse con los hondureños.

Pero, cuando todo apuntaba a que el resultado final sería de empate a cero, llegó la locura: el carismático Cuathémoc Blanco -elevado a categoría de Santo en las playeras que se comercializan en la entrada- anota para México de penalti, poniendo justicia en el marcador ante el juego ofrecido por uno y otro equipo. La grada es un delirio. Cientos de vasos de cartón con chela -se supone- vuelan por los aires empapando al personal de locura colectiva por la victoria. Por el triunfo merecido.

Llega el minuto 93 y el discutido árbitro pone fin al partido. Ahora sí, la selección Azteca respira aliviada: Sudáfrica está a un paso. El estadio empieza a vaciarse; de los hondureños no hay rastro en la grada. Hace rato que salieron literalmente a la carrera debido a que el operativo de policía decidió sacarlos por el mismo pasillo que los aficionados mexicanos. Sin embargo, no hay ningún contratiempo más allá de los típicos gestos con el dedo corazón en alto y algunos cánticos con, digamos, cierto humor negro.

El Azteca vuelve a lucir totalmente vacío y con el escudo del América al fondo. El griterío da paso a un silencio que es gris cemento. Miles de vasos de cartón están aplastados en el suelo junto a trozos de hamburguesa abandonados. Poco a poco, los potentes focos se van apagando dejando tras de sí una sensación de soledad. Ahora, la bulliciosa marea verde ya es sólo un lejano eco que se disuelve lentamente. Mañana todo volverá a la normalidad: unos le irán al América y otros a las Chivas de Guadalajara. La euforia por 'La Verde' ha acabado por hoy... Es hora de volver a casa.


Agradecimientos para Oliver, Toño, Angélica y Ernesto, por hacerme sentir parte de 'Marea Verde'. Nos vemos en 'el clásico'!!

2 comentarios:

La Maquinista Yey★ dijo...

WAUUUU HASTA ME DIERON GANAS DE IRME AL AZTECA!!!


Que bueno que disfrutaste de este viaje!!!

Y como siempre Manu es un gusto leerte!!!

Que tengas una genial fiesta mexicana

Anónimo dijo...

Encantador el centro de la Ciudad de México. No importa de donde seas ni de donde vengas, ahi te transformas en otro mexicano mas.

Entre tantos cuates, será imposible que sobresalgas, pues eso es lo chocante (como dirian en España, porque en México tienen otro significado), ver a tanta gente congregada en un mismo lugar.

Muy bien! disfruta de tu estancia...
saludos

Naita