viernes, 18 de febrero de 2011

Diarios de un Vocho: Viaje a la Frontera (Parte III)


El Metro

5.05 AM
Estación del Metro Sevilla, Ciudad de México

Silencio. En la estación del Metro Sevilla solo se escuchaba el silencio. Pero no un silencio, silencio, así sin más. Sino un silencio frío. Solitario. Oscuro. De esos que te erizan la piel. Como si aquella parada subterránea que minutos más tarde daría paso un hervidero de gente con prisas y malas maneras, fuera a esas horas de la madrugada un fúnebre cementerio de susurros y ecos de voces lejanas, donde el viento silbaba a izquierda y derecha libre de obstáculos por entre aquellos caminos de acero y anuncios de Loreal.

Tic, tac. Tic, tac.

Cinco y diez de la madrugada.

La estación estaba vacía. O bueno, casi vacía; porque a mi izquierda, al final del largo pasillo, el mendigo que minutos antes había visto resguardándose en el portal de la Secretaría de Protección de Datos, se acomodaba ahora como buenamente podía en el suelo, sin perder ni un segundo de vista los bártulos que arrastraba en bolsas de plástico de súper mercado, mientras que un par de esos agentes de seguridad privada que recién comenzaban el turno de la mañana se paseaban de un lado a otro con un vaso de café del Oxxo en la mano, y enfrente, los primeros pasajeros con gorra de beisbol, mochila de faena al hombro, manos morenas, ásperas y curtidas en mil menesteres comenzaban a llegar en silenciosa procesión.
La espera comenzó a hacerse larga. Eterna. De hecho, ya había empezado a calcular de cabeza cuál sería la hora límite para no perder el camión que me llevara hasta Toluca, cuando, en esas, el lejano murmullo que emanaba de la boca del túnel que estaba a mi derecha comenzó a hacerse cada vez más presente, emergiendo muy lentamente de las entrañas de aquella boca negra sin fin y de varios metros de diámetro un enorme gusano de color naranja guiado por dos potentes faros de luz.

Fiuuu. Fue visto y no visto: el metro llegó, abrió sus puertas, los trabajadores de manos morenas entraron, y en un santiamén el andén con dirección a Observatorio volvió a quedarse vacío y en silencio. Mientras tanto, el reloj de la estación seguía implacable a lo suyo –tic, tac, cinco y cuarto de la madrugada-, y yo comenzaba seriamente a dar por perdida la primera corrida hacia el aeropuerto de Toluca (y quién sabe si también el vuelo a Monterrey).
Por su parte, el mendigo de las bolsas del Chedraui ya estaba perfectamente acomodado en el suelo caliente de la estación. Parecía reconfortado y bajo su espesa barba grisácea adiviné una sonrisa que no supe muy bien si era de burla por mi evidente cabreo sobre el andén, o si en realidad se trataba de un gesto de alivio, de satisfacción, como la sonrisa del viejo marino que regresa al calor del hogar después de mil aventuras surcando las místicas aguas heladas del Mar Ártico. Le regresé la sonrisa por cortesía y él a su vez me la devolvió de nuevo levantando el pulgar desnudo que asomaba por el agujero del guante de lana. "Todo va a estar bien", parecía decir en el preciso instante en que el lejano murmullo que seguía flotando por el silencio frío de la estación daba paso a un inconfundible olor a goma quemada y a un taladrante chirrido de frenos.

El metro estaba ante mí. Tras el piiiii de advertencia, las puertas metálicas de color naranja se abrieron de par en par. Dentro, ya había varios pasajeros a pesar de la hora. Tomé asiento y miré de reojo el panel de las estaciones de la línea azul. "Chapultepec, Juanacatlán, Tacubaya, Observatorio". Por fin, respiré aliviado. Tan solo cuatro estaciones y llegaría a mi destino. Sin embargo, después de mirar el reloj las manos volvieron a sudarme por la tensión: cinco y media de la madrugada. Tic, tac. Tic, tac. Tendré que correr, pensé. Y mucho. Pero el milagro era posible: todavía estaba a tiempo.

5 comentarios:

LyzM dijo...

Hola mi amor::.

Cada ves que leo tus post me doy cuenta de esa maravillosa virtud que Dios te dio, me fascina leerte, sentir y adentrarme en tu mundo de palabras que me inspiran llevándome a otra dimensión .....

Te AmO mi vida!!!!!

Excelente primer viaje del 2011. y los que faltan...

Mi escritor Favorito..... me regalas un besooo....???

Álvaro Sánchez dijo...

Como siempre, mi admiración por tu forma de escribir crece con cada nuevo texto. Un placer leerte desde que estando en España, buscando información sobre ese periódico llamado El Mundo de Córdoba al que me dirigía y del que tan poco sabía, me topé con tu blog sin conocerte todavía.

Manu Ureste dijo...

Muchas gracias mosha!!
tus palabras siempre son un nuevo impulso para seguir reflejando a través de las palabras -o al menos, eso intento- todo lo que veo, pienso y siento. Tu apoyo incondicional -en los buenos momentos y también en las rachas autodestructivas que a veces me atormentan- es muy importante para mí. Gracias por estar siempre ahí, a mi lado.

Manu Ureste dijo...

Postdata: lo de rachas 'autodestructivas' es en un sentido literario. Más que nada me refiero a esos momentos de 'sequía' donde las hojas se acumulan garabateadas en el fondo de la papelera que hay debajo de mi escritorio. (Mamá, no te preocupes. Estoy bien! jaja)

Manu Ureste dijo...

Don Álvaro!
cómo me he acordado de ti últimamente. Hace un par de semanas que empecé a leer las aventuras del capitán Alatriste y hoy precisamente termino la tercera entrega; así que figúrate el nivel de adicción que tengo jeje.
Bueno, a lo que voy: que muchas gracias por tu comentario y por pasarte de vez en cuando por Vivir para Contarlo. Hace no mucho inauguré también tu blog con un comentario; muy interesantes las historias y, para mi gusto, muy bien contadas.
Espero y pronto me pongas al día de tus intenciones de futuro. Si regresas a este nuestro segundo país, en el DF tienes tu casa (y sabes que no es un decir). Un abrazo primo.