El escritor de Culiacán, Élmer Mendoza, en una imagen de Tusquets Editores.
Segunda y última parte de la entrevista con el escritor Élmer Mendoza, en la que nos habla de su relación de amistad con el autor español Arturo Pérez-Reverte, así como de su dominio de ese lenguaje de barrio con el que dota a sus obras de un toque tan personal, y de cómo le gustaría que trascendiera su obra en el mundo de la Literatura.
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-Hablemos de su obra. En novelas como El amante de Janis Joplin leemos cómo el personaje principal se mueve permanentemente entre la violencia del narco y el humor, la inocencia, la ternura, e incluso el amor. ¿Estos ingredientes tienen cabida en un mundo de salvajes como es el del tráfico de drogas?
Novelas como La Reina del Sur giran en torno a la vida y obra de grandes capos de la droga. ¿No le gustaría escribir una novela con un personaje como Teresa Mendoza como protagonista?
-Sí hombre, cómo no –afirma con ese deje de Culiacán tan pronunciado-. Son personajes intensísimos, pero sería un trabajo descomunal crear un personaje tan interesante y original después de Vito Corleone o de la propia Teresa Mendoza de Arturo Pérez Reverte. Además, estando ahí estas dos obras maestras lo mejor es dejarlas que sobrevivan por los siglos –ríe-.
“Pérez-Reverte ha sido muy importante para ganar lectores en España y sobre todo para ganar respeto; somos hermanos”
-Hablando de Arturo Pérez-Reverte… además de llamarle “maestro” cada vez que tiene oportunidad, le dedicó unas palabras en La Reina del Sur. ¿Cómo es su relación con el escritor español?
-Mi relación con Pérez Reverte es de amistad fraternal, somos hermanos. Y es una amistad real, ¿eh? –enfatiza-. Arturo ha sido muy importante para mí, para ganar lectores en España y sobre todo para ganar respeto. Él ha conseguido que haya mucha gente que se interese por mi obra, y eso sólo lo hace un hermano. Para mí es un tipo honesto, que no teme a nada. Sabe que su obra es insustituible y puede darse el lujo de ayudar a los amigos.
-Al igual que su amigo, usted es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. ¿Es usted tan apasionado como Pérez-Reverte a la hora de escribir artículos en defensa del correcto uso de la lengua española?
-Bueno, es inevitable la polémica, pero creo que es algo positivo, porque hay una preocupación, una curiosidad de la gente por asuntos relacionados con el lenguaje. Nunca había encontrado a tanta gente que me pregunte tanto sobre la lengua. Y ahí estamos: tratando de aclararnos a nosotros mismos y de ayudar a la gente a tener un concepto del idioma que hablamos.
-Probablemente, en el imaginario de muchos la figura de un académico es la de un docente muy estricto y erudito. En cambio, los personajes de sus novelas hablan con el lenguaje de la calle. ¿Cómo se consigue este dominio de la lengua de los bajos fondos sin caer en lo vulgar?
-Hay que tener buen oído –comienza a enumerar-, paciencia para escuchar el idioma de la calle, practicarlo, y después llevarlo al discurso literario muy cuidadosamente. Es decir, hay que invertir todo el tiempo que esta tarea requiera, porque no es nada fácil. Es complicadísimo. A mí por lo menos me cuesta mucho hacer esa mezcla lingüística. No obstante, no temo los riesgos literarios. Lo que temo es que literariamente no pueda conseguir el efecto que pretendo con una novela. Y ese efecto está más allá del significante de los vocablos o incluso la representatividad cultural, porque al final el lenguaje es la vía por la que toda una cultura se expone ante todos, y ese es un aspecto que siempre pongo por delante con mis editores en lengua española y en otros idiomas.
“¿Cómo dominar el lenguaje del barrio? Para mí no hay problema. Yo soy raza: me tocó pandilla, esquina, heridas, navajazos…”
-¿Dominar esa lengua con la que platica el barrio implica bajar a los bajos fondos de la ciudad?
-Para mí eso no es problema, porque yo de ahí vengo –se carcajea-. Yo soy raza: me tocó pandilla, esquina, heridas, navajazos y todas esas cosas de los años 60. Entonces, al contrario, para mí es divertido: es la recuperación de una parte de la memoria de mi ciudad. Aunque ese mismo placer de recordar también puede obstruir que construyas un auténtico discurso literario.
-Pero, pongamos por ejemplo un escritor primerizo que quiere escribir una novela sobre una temática urbana. ¿Sería imprescindible que saliera a las calles de Culiacán, por ejemplo?
-Yo le aconsejaría que no se preocupe tanto de inmiscuirse en los bajos mundos de este fenómeno. Más bien primero deben acudir a lo que fue su aprendizaje dentro de su lengua materna, a lo que aprendieron en su casa, en las escuelas, en el barrio… Porque ahí existen expresiones que hay que crearles el valor correspondiente para que tengan un peso dentro de la literatura.
-¿Cómo ve el panorama actual de escritores jóvenes que han publicado obras con el narcotráfico como eje central?
-Los jóvenes con los que he tenido contacto se me hacen muy buenos, con una obra muy interesante. Puedo mencionarte a Alejandro Almazán, por ejemplo.
-¿Esos jóvenes escritores son los herederos de Élmer Mendoza?
-Pues ojalá, ¿no? –ríe-. Ojalá y tenga algo que dejar…
-¿Le preocupa eso? ¿Dejar algo que trascienda?
-Sí, sí, claro que me preocupa –contesta de nuevo muy serio-. Si no tuviera una ambición de lograr algo imposible, qué razón tendría para ponerme a escribir a las cinco de la mañana y estar todo el día con esto.
-¿Cómo le gustaría que trascendiera su obra?
Mendoza aspira aire y tras un mmmm de varios segundos suelta a bocajarro: -Como una genialidad.
-¿Así de claro? –se le pregunta de nuevo para tratar de profundizar en el tema. Sin embargo, el escritor considera que la respuesta es lo bastante contundente para tan solo añadir una carcajada al otro lado del hilo telefónico.
“Quiero que mi obra trascienda como una genialidad”-Dígame, ¿le duele la crítica?
-Ehhh… No, no mucho. Pero las críticas adversas tienen una virtud: son como tableros de advertencia y yo las leo con mucho cuidado. Si mi obra ha mejorado se lo debo tanto a mis críticos que han escrito a favor, pero también a los que lo han hecho en un sentido contrario.
-¿Ni siquiera cuando esos críticos han escrito muy en contra?
-No, yo estoy alerta, pero como te digo no me duelen. Hay algunas críticas que enseguida notas la buena intención, y hay otras que no, que simplemente son para, como dicen por aquí, joder al vecino.
“Las críticas adversas tienen una virtud: son como tableros de advertencia y yo las leo con mucho cuidado”-Terminemos por el inicio. Usted publicó su primera novela con cincuenta años de edad. ¿Por qué se tardó tanto?
-Porque, a pesar de que ya había escrito varias novelas, aún no había conseguido lo que yo quería, y lo que quería era contar historias combinando códigos lingüísticos. Cuando lo descubrí, sentí que ya tenía un problema resuelto y las cuatro o cinco novelas que destruí fueron las que me mostraron el camino para llegar hasta mi primera publicación: Un asesino solitario. Por eso tardé mucho, y porque empecé a escribir cuentos, crónicas, teatro, y también porque no tenía editor –suelta otra carcajada-. Lo cierto es que la literatura es un mundo complicado, bastante complicado.
Entrevista publicada originalmente en Animal Político
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