domingo, 11 de noviembre de 2012

Sin tequila no hay mariachi:
¿El adiós a Garibaldi?


Mariachis y elementos de seguridad del DF 'conviven' en la plaza de Garibaldi tras la puesta en marcha del operativo 'Cero Tolerancia' contra el ambulantaje y la distribución de bebidas alcohólicas.

ASEGURA EL DICHO que “mariachi pagado toca mal son”. Sin embargo, desde que se instaurara el miércoles pasado el operativo Cero Tolerancia contra el ambulantaje y la venta de alcohol adulterado, muchos de los músicos de la plaza de Garibaldi se están preguntando cómo va a sobrevivir la tradición de la música popular mexicana en la llamada Catedral del Mariachi… si no hay clientes que la paguen.

“Mucha gente venía a Garibaldi a echarse dos o tres copitas aquí, en la plaza, y pedía música a los mariachis, a los grupos norteños, a los boleros, a los jaraneros… Y ahora, con esta medida de prohibir que la gente tome en la plaza esto ya no es así, porque no todos tienen dinero para entrar a los restaurantes o a los antros y pagar la música y el alcohol”, asegura el cantante de boleros José de Jesús, para añadir al respecto que, en su opinión, “Garibaldi lo que necesita es que le hagan publicidad” para recuperar la clientela de mejores tiempos.

“Hágase cuenta –señala mientras puntea con una afilada uña las cuerdas de una vieja guitarra que sujeta con delicadeza con ambos brazos- que un mariachi sin tequila, es como si en el callejón del beso la policía prohibiera que las parejas se besaran. Pues lo mismo pasa en la plaza Garibaldi: porque aquí la gente viene a disipar las penas y a ponerse alegre echándose unas copitas mientras escucha música. Y si les quitas eso, le estás quitando la tradición y el sabor a Garibaldi”.

“Sí, sí, claro que es una mala decisión”, opina en el mismo sentido Juan, otro cantante de boleros que tras escuchar de refilón las palabras de José de Jesús se anima a dar su postura sobre la nueva medida. “Porque parece que sólo los ricos tienen derecho a emborracharse y el pueblo no. Y esto nos afecta a todos –apunta con la barbilla a un grupo de seis policías que pasan caminando por delante de la cantina El Tenampa-, sólo los inconscientes dicen que no”.

-¿Y qué se puede proponer al respecto? –se le pregunta-.

“Si dicen que el vino que venden aquí está adulterado, pues que den la opción de que la gente se lo traiga de su casa. Porque aquí la tradición es esa, el tequilita y el mariachi. Por eso la canción dice ‘quién no llega a Garibaldi exigiendo su tequila y exigiendo su canción’, ¿no? –se carcajea tras cambiarle sutilmente la letra a la famosa canción Tu recuerdo y yo de José Alfredo Jiménez-”.

”Parece que sólo los ricos tienen derecho a emborracharse y el pueblo no”
“En mi opinión, creo que el problema se resolvería quitando a los botelleros, que son los que venden el vino adulterado”, propone también por su parte Alejandro, un joven mariachi que va vestido con un impecable traje negro de charro. “Eso, o que los pongan a vender pero vino registrado. Creo que así buena parte del problema quedaría resuelto”, afirma.

“Pero el problema es que todo es política aquí –interviene su compañero de grupo, también vestido con un imponente traje negro y ya listo para empezar a trabajar ante la llegada de los primeros turistas que pasean por las inmediaciones de la plaza con la caída de la noche sobre la capital de México-. Porque esa cosa que tienes ahí delante –señala con la trompeta que trae en la mano derecha al edificio del Museo del Tequila, de reciente inauguración- no se llena tanto como se esperaba después de tanta inversión que le metieron, y por eso tienen que hacer algo, para que la gente que no pueda tomar aquí, se vaya allí”.

”Está bien que lo hayan prohibido; ahora se ve todo mucho más limpio, más presentable”
No obstante, política aparte, parece que no a todos los músicos la decisión de prohibir el consumo de alcohol en la explanada de Garibaldi les ha parecido negativa, a pesar de que ésta tenga un innegable impacto en las ganancias al final de cada jornada.

UNO DE ESOS MÚSICOS es Felipe Ruiz, “mariachi de profesión” que lleva 30 años interpretando junto al mítico paseo de las estatuas de Pedro Infante y José Alfredo Jiménez, entre otros, temas como El Rey, Si nos dejan, Eufemia o Te solté la rienda.

“Está bien que hayan prohibido tomar aquí, porque ya vendían puro alcohol adulterado –comienza a hablar el mariachi con un tono de voz bajito pero recio mientras se acomoda el pañuelo que trae cuidadosamente anudado al cuello-. Y además, a partir de las doce en adelante, aquí ya ves a puro borracho que abusa, que forma bronca, que orina en cualquier sitio incluso en presencia de las damas… Pero ahora ya se ve todo mucho más limpio, más presentable. Creo que así se está dando una mejor imagen al turista, y por ese lado creo que sí está bien la medida”.

-¿Y por el otro lado? –se le cuestiona-.

“Por el otro lado, claro que esto nos pega. Pero ojalá los clientes se acostumbren a escuchar el mariachi en la plaza sin alcohol. Aunque, bueno… -hace una pausa, se toca el bigote que luce finamente recortado, muy a lo Chente Fernández, y añade con una sonrisa: la verdad es que eso de escuchar mariachi sin tomar va a estar muy difícil”.

“Sin alcohol no hay música, y sin música… no hay Garibaldi”
A unos pocos pasos de distancia, a un costado del Museo del Tequila, se encuentran tres de los miembros del grupo de música norteña Los Cañoneros. Para ellos, se mire por donde se mire, la iniciativa del gobierno capitalino tiene más inconvenientes que ventajas, y aseguran contundentes que los efectos negativos de la misma ya son notables en tan solo dos noches que van de operativo.

“Sí, claro que nos ha pegado mucho –afirma presto ante la pregunta Juan Pérez, uno de los componentes del grupo norteño que viste traje azul, y camisa, sombrero y botas picudas de color blanco-, porque aquí la gente viene a cenar, a tomar y a escuchar música. Y si la gente no se echa sus alcoholes, pues no anda contenta y tampoco escucha música. Porque la música sin tequila no se escucha bien –ríe-“.

“Mira, para ponértelo fácil –interviene otro de los integrantes que porta una guitarra con dibujos de alacranes-: Sin alcohol no hay música, y sin música… no hay Garibaldi. Así de sencillo”.

-Sí, pero otros compañeros alegan que la plaza está mucho más limpia y segura, ¿ustedes qué opinan?

“Bueno –retoma la palabra Juan Pérez-, si quieren hacer limpia, el gobierno debería empezar primero a quitar todos los indigentes que hay por toda esta zona; hay muchos mugrosos, mariguanos y viciosos que se quedan dormidos en las bancas. Deberían empezar a hacer limpia en toda la ciudad, y no sólo aquí”.

Lo mismo opinan Rodrigo y Montse, dos jóvenes capitalinos que pasean por la explanada en busca de pasar un buen rato escuchando música y tomar unos tragos en esta templada noche.

“Tú vienes a Garibaldi a estar aquí en la plaza, a disfrutar del ambiente, de la música, y no a estar metido dentro de un bar. Porque si quieres ir de antro te vas a otras zonas de la ciudad”, afirma Rodrigo para el que, a pesar de que “nunca falta un loco o un ebrio que forme la bronca” en Garibaldi, esto es algo que “también puede pasarte en cualquier antro o bar del DF”.

“Es que Garibaldi es esto –Montse señala a un grupo de mariachis que cantan a unos extranjeros el tema México lindo y querido-. Si la gente no puede tomar aquí mientras escucha música, esto ya no tiene chiste”. E incluso, hay quienes como David, otro joven que frecuenta la zona los fines de semana, van más allá y consideran que la prohibición supondrá el fin de la plaza. “Que en paz descanse Garibaldi”, afirma con ironía, empleando un tono lacónico.

En cambio, para Javier, que viene acompañado por su mujer y su hija, la nueva normativa ha generado que en la zona haya “mucha más higiene” y que todo “esté mucho más controlado y seguro para los que vienen aquí en familia”.


”Prohibir el alcohol en la plaza es una buena decisión; Garibaldi ya es familiar otra vez”
¿Y LOS ESTABLECIMIENTOS que hay por los alrededores de la plaza Garibaldi qué opinan? Fuera de grabadora algunos de los músicos consultados los apuntan como los grandes beneficiados de la nueva exigencia de las autoridades del gobierno que hasta la fecha preside Marcelo Ebrard. Sin embargo, al consultarles al respecto, los locales privados se encogen de hombros y no se dan por aludidos.

“A nosotros, como local, nos da igual la nueva medida –apunta de inmediato Sergio Valdés, que labora en El Rincón del Mariachi-. Porque no nos afecta en nada; la gente que entra a nuestro establecimiento sí puede echarse unas copas y escuchar mariachi, sin ningún problema. Es más –hace énfasis-, así la plaza está libre de toda esa mariguaneada que venía por aquí, por lo que me parece que es una buena decisión, porque la plaza Garibaldi ya es familiar otra vez. La gente puede venir de nuevo con sus familias, con sus niños chiquitos, escuchar dos o tres mariachis, y todo sin problema. Nos ha beneficiado a todos en Garibaldi”.

-Sí, ¿pero y la tradición de escuchar mariachi con unos tequilas? –se le incide al respecto-.

“La tradición en Garibaldi es el mariachi, no el alcohol –contesta Valdés como si ya esperara la pregunta-. No sé quién dijo que el alcohol era lo importante aquí”.

Por su parte, para Arturo Ramírez, capitán de meseros de la popular cantina El Tenampa –ahí donde los murales de las grandes figuras de la música tradicional mexicana acompañan a los comensales-, la prohibición de consumir alcohol en la plaza no pone en peligro la tradición del mariachi en Garibaldi, aunque concede que supondrá un duro golpe a las ganancias de los músicos.

“Tal vez podría ser que dejaran a algunas tiendas vender alcohol pero de manera legal –plantea-. No los botelleros, sino comercios que estuvieran regularizados. Así la gente podría tomar de nuevo en la plaza”. “No obstante- revira acto seguido mientras observa a los patrulleros dar sus rondines entre unos jaraneros que tocan alegremente el arpa y riman versos para una joven a petición de su pareja-, lo cierto es que ésta es una medida del gobierno, y ahí nada podemos hacer”.

Policías del DF custodian la entrada a la explanada de Garibaldi.

“La tradición en Garibaldi es el mariachi, no el alcohol”
SON CASI LAS DIEZ DE LA NOCHE y Garibaldi comienza a ser ese habitual hervidero de gente buscando pasar un buen rato mientras disfruta de la comida, el ambiente y la música popular mexicana. Junto a la entrada del estacionamiento, enfrente de la pequeña bahía donde, desde hace varios días, un par de grandes autobuses de la policía del DF impiden a los carros estacionarse para pedir un servicio de mariachi express, se encuentra don Víctor, un capitalino robusto, de 70 años de edad, y vestido completamente de charro con un traje blanco marfil con bordados en dorado.

“Floreros, chicleros, limosneros, botelleros… todos vienen a Garibaldi a hacer negocio a costa de los mariachis”
“Aquí antes todo estaba tranquilo, hasta que llegaron los botelleros –acusa el músico, que ha pasado los últimos cincuenta años de su vida en Garibaldi-. Incluso, los mariachis teníamos broncas con ellos porque no nos gustaba que llegaran a entorpecer nuestro trabajo. Pero se extendió tanto el asunto, que aquí ya ves botelleros de Morelos, de Puebla, de Tepito… ¡de donde sea! Parece que ahora se pretende acabar con eso, y ojala así fuera”.

-Pero, ¿prohibir que la gente se tome sus tequilas mientras escucha el mariachi en la plaza no pondrá en peligro la tradición de Garibaldi?

“No, porque la gente que festeja algo nos llama y, o bien vamos nosotros, o lo citamos en algún lugar para darle el servicio. No nos afecta en nada que prohíban tomar en la plaza. En nada”.

Tras la contestación, Don Víctor se ajusta con orgullo la chaqueta del traje de charro, observa durante unos segundos el Eje central que a esta hora va repleto de coches, autobuses y patrullas de policía, y tira ligeramente la espalda hacia atrás para completar su punto de vista:

“Mira, el trabajo de mariachi es un emblema nacional, y eso hay que cuidarlo. Es decir –se explica-, tenemos que cuidar nuestro prestigio, porque el mariachi se lo ha ganado a pulso, y eso no lo ve toda esa gente que se beneficia de nosotros. Floreros, chicleros, limosneros, botelleros… todos vienen a Garibaldi a hacer negocio a costa de nosotros. Y eso no puede ser”, concluye.

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