El Templo del Viento.
Ya en el interior, cruzo por un pequeño túnel de piedras amontonadas y salgo a una gran plataforma donde varias edificaciones se mantienen en pie sobre un suelo de roca calcárea de más de dos millones de antigüedad y césped recién cortado. A lo lejos, sobre una pequeña cima, un grupo de personas se dirigen en fila hacia lo alto de un mirador. Me pongo la mano a modo de visera en la frente y echo un vistazo. Se trata de un pequeño castillo, parece. O más bien de una torre de defensa. Seco el sudor de la cara con el dorso de la mano y me dirijo hacia la cima subiendo por unas escaleras anchas y poco inclinadas. Llego arriba y me tomo un respiro. El Caribe lo inunda todo frente a mí con su suave brisa cargada de sal y siglos de Historia. En silencio, cierro los ojos y trato de aislarme de las ruidosas parejas de recién casados que se toman fotos en la fachada de la Casa del cenote para dejarme llevar por el rumor del viento y de las olas rompiendo en la orilla de la hermosa playa que hay debajo del acantilado. Respiro hondo y extiendo los brazos con las palmas de las manos abiertas. Por unos momentos inicio en solitario un largo viaje a aquella calurosa y húmeda mañana de un día cualquiera del año 1.518. En ese entonces –imagino- mi nombre tal vez sería
Juan de Grijalva, y estaría como capitán de navío al mando de una nao española que va en misión de exploración después de partir del puerto de Matanzas en la isla de Cuba, navegando –con todo el trapo arriba y el viento soplando en las jarcias- muy cerca de la línea de la costa, frente a una misteriosa ciudad con grandes edificios y torres de piedra que me traen al recuerdo a la lejana y hermosa Sevilla, y en cuya playa de arena blanca distingo grandes canoas impulsadas por fornidos remeros con cargamentos de algodón, miel, sal, piedras de molienda y adornos de jade. O, tal vez –sigo imaginando- estaría donde ahora pisan mis pies. Frente al mar, vestido con un colorido atuendo de plumas que me distingue como gran
batab –gobernante- de Tulum, observando, brazos en jarra, cómo grandes barcas con mantas colgadas de largos palos se acercan sigilosamente a la orilla, mientras con el gesto muy serio me pregunto, inquieto, quiénes son esos seres extraños y qué intenciones los traen por estas tierras...
(continuará)
1 comentario:
Las intenciones de esos marinos creo que no eran buenas Dn Juan de Grijalva.
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