Manuel Ureste / (Des)haciendo las Américas
Hola qué tal. Buenos días-.
-¿Quihubo compañero. Adónde va a ser?-.
-Esteee.. al diario El Mundo, por favor-.
-¿Al de la zona industrial compadre?
- Ajá, al de la zona industrial.
- Pos amos pa´llá.
- Pos amos, que son rieles (que diría Carlos Fuentes).
Ya en el interior del auto, bajo el cristal de la ventanilla (me gusta la brisa mañanera, aunque ya son las 12 del mediodía) y checo el mensaje que me acaba de llegar. “Telcel le informa queridísimo usuario -que paga religiosamente- que tenemos las mejores ofertas de todo México y chinga su madre”.
- Aggg, me cagan estos mensajes de publicidad-.
- ¿Cómo dice güerito?
- No, nada. Que hace buen día.
- Amm... sí. Hace calor, ¿verdad?.
- Sí, hace calor.
Me llevo a la punta del bigote el mocaccino ardiendo, sin pana, y con leche deslactosada que acabo de comprar por veinte pesitos en una de esas cafeterías del centro histórico, cerca del hermoso Palacio Municipal de Córdoba.
Guardo el celular y observo. Me gusta observar. A los taxistas, digo. Y a esos decorados futboleros del América o del Chivas de Guadalajara que son parte imprescindible, junto a a la virgencita de la Lupita o de vaya a saber usté dónde, de todo mobiliario ‘taxistero’ cordobés.
- Asuuu madre, esta vieja si es bien wey. Chinga la madre-.
- ¿Perdone jefe?
- Mi mujer, digo. Que lleva 10 años usando el Nextel y todavía se hace bolas con los números. ¿Usted usa el Nextel?
- Uhmmm. No. La verdad es que no.
- ¿Apoco? ¿No le gusta?
- Prefiero el celular.
- ¿Por qué compadre?
- Pus no sé.
- Amm.
Miro el reloj. Para variar llego tarde a la junta de los lunes. Asomo el flequillo por la ventana, y veo que vamos atravesando la Avenida 3. Llegamos al cruce y ahí el Volkswagen Jetta, color rojo y blanco taxista, y con un ‘Dios me guía’ gigante en la parte superior del cristal delantero, se para en el cruce. El semáforo está en rojo.
- ¿Qué onda canijo? (grita el taxista desde la ventana a un cuate que está comprando en la panificadora de la esquina).
- ¡Quihubo compadre! (le responde)
- Pues ná. Aquí, en la chamba.
- Bueno, pos pasas por mí a las seis para ir a eso, ¿no?
- Órale cabrón. Te marco al rato.
- Órale, bye.
- Bye.
El semáforo ya lleva en verde un buen rato. Los carros de atrás tocan insistentemente el claxon y nos mientan la madre (probablemente) repetidas veces. Yo mientras hago como si tal y sigo observando el santuario de cristos y vírgenes que aquí mi compadre tiene montao en el taxi.
En fin, sigo dándole sorbos al café y de vez en cuando miro por la ventanilla.
- El canijo este andaba metido en una vida bien perra. ¿Si me entiendes güerito?
- Ajá...
- No tenía fe. No creía en Dios, ni en Jesucristo, ni en nada de nada.
- (Asiento con la cabeza).
- Hasta que un día lo convencí para que viniera conmigo... (hace un silencio)
- (capto la indirecta del silencio y le pregunto) Ajá.. y ¿a dónde lo llevó?
- A orar.
- Órale, ¿si? (finjo interés y acento -sin mucho éxito, por cierto-).
- Sí wey. Y también vienen conmigo alcohólicos anónimos a rezar a la Iglesia y a hablar sobre sus problemas y sobre Dios.
- Qué chido, ¿no?
- Ajá, ¿y usted ora?
- Esteeee, sí, de vez en cuando-.
- ¿Apoco? ¿Cómo cuántas veces? ¿Tres al día? ¿dos? ¿una?
- Cuando viajo en avión, supongo.
- Jaja. No inventes. Pues este wey no creía en nada.. porque nunca había sentido la llamada del Espíritu Santo.
- Ahhh, claro. Entiendo.
- Mira, yo tenía hasta 43 órdenes de detención en el estado de Puebla.
- ¿Neta? (esta vez mi pregunta si fue sincera y en un tono... ¡preocupante!)
- Sí, wey. Neta.
- ¿Y qué hizo?
- Elegí el camino equivocado... Hasta que recibí la llamada de Jesucristo.
- Qué padre. ¿Y qué se siente? (¡Qué! ¡tenía curiosidad por saberlo!)
- No se puede explicar (ajá, me lo temía). Te sientes en paz contigo mismo. Este cuate del que te platico vino conmigo y ahora está en el rumbo correcto. Escuchó la llamada del de arriba (y hace un gesto con el dedo índice apuntando al cielo).
De nuevo, el semáforo se pone en rojo. Y a la altura de la embotelladora El Jarochito, en el bulevar Córdoba-Peñuela, el Jetta se detiene mientras el taxista no deja de platicar y mirarme a través del espejo retrovisor. Lleva una gorrita y barba de por lo menos una semana. Su aspecto, sinceramente, sí podría ser el de alguien que tiene pendiente hasta 43 órdenes de búsqueda y captura, aunque lo cierto es que nunca tuve miedo. Al fin y al cabo estaba con un predicador (o mejor dicho, con un taxi-predicador).
-¿Usted cree en Dios, güerito?
- Sí. A mi manera supongo que sí.
- ¿Cómo a su manera?
- Pues sí, a mi manera. No creo mucho en los sacerdotes, ni en la Iglesia. Ya sabe...
- Ammm, entiendo.
- Qué bueno.
- ¿Y usté piensa que estoy loco, verdad?
- (Sonrío) Puess hombre, yo creo que...
- ¿Y quién carajos no lo está en este mundo en que vivimos? ¿Me lo puede decir? ¿Eh?
- Bueno yo...
- Mira güerito, el único cuerdo, el único ser que de verdad no estuvo loco viviendo entre los mortales, fue Jesucristo. ¿Te queda claro?
- Sí señor, muy claro.
- ¡Por eso la religión tiene que ser libre! ¡Porque el hombre está concebido para ser desobediente! ¿Me comprendes güerito? ¡Eso que dicen que el hombre es un pecador es mentira!
- Esteee yooo...
- ¡Escúchame te digo wey! El hombre no puede ser pecador porque después de lo de Adán y Eva, el hombre es un ser desobediente por naturaleza. ¡Eso es lo que nadie comprende! ¡Por eso estamos todos locos, wey! ¡Todos!
Finalmente, llegamos al destino. Hoy llego más tarde de lo acostumbrado. “Pero pues ya, ni modo”, pienso. Por fin, el Jetta se para frente a la puerta del diaro El Mundo. Sonrío, boquiabierto por el sermón gratuito que me acaban de dar, y le pregunto cortésmente al taxi-predicador que cuánto va a ser la broma.
- Veinticinco pesos güerito.
- Muchas gracias, aquí tiene.
- Para servirte.
Abro la puerta y saco con cuidado la pierna derecha. Enfrente mía un tipo se queda mirando la escena.
- Chissst, ¡eh güerito!, ¡ehhh!...
- Dígame señor...
- Espera cabrón...
El tipo sonríe y saca con cuidado de la guantera una campanita de esas que parecen que están bañadas en oro que utilizan los monaguillos en misa. Me la muestra, y dice, bajando el tono de voz como si no quisiera que nadie más se beneficiara del Espíritu Santo:
- Cierra los ojos canijo.
- ¿Mande?
- Cierra los ojos te digo cabrón.
Los cierro (bueno, no del todo) y oigo como toca suavemente la campanilla. Tilín, tilín... tilín, tilín... Así varias veces.
-Ahora, ¡ábrelos!
- (Los abro).
- Y dime simplemente una cosa güerito: ¿la escuchaste o sólo la oíste?...
Y la verdad, no supe qué contestarle a este cabrón.
(Cortesía de la foto: Saúl Contreras, EL MUNDO DE CÓRDOBA)
4 comentarios:
jajajajajajaja muy buena!!! asi es guerito!! =X cuantas historias pueden pasar en 15 min de camino jeje!!
Tilin tilin O.o!!!
marisss me ha robado la reacción, porque iba a responderte justo cno un "jajajajajaja". Qué grande, Manu. Como los que te largabas aquí en el llano. Muy buen artículo. Un abrazo.
Muy bueno Manu, muy gráfico. Gran lujo leerte aunque estes lejos. Un abrazo. Alfonso Ponce (El Pueblo de Albacete)
Muy bueno el relato. Cuantas cosas que pueden pasar en un viaje en taxi. Ya vieron en el tema de Ricardo Arjona, que en un viaje el taxista se dio cuenta que su mujer la engañaba con el marido de la pasajera.
Gustavo
Publicar un comentario