Por las gafas de buceo –las cuales no debí ajustar bien, pues una gruesa gota salada se desliza por la ceja izquierda hasta llegar al párpado- lo primero que pasa es un inofensivo pero enorme pez de ojos grandes y boca puntiaguda del cual desconozco su origen o especie. La impresión me hace de inmediato sacar la cabeza aunque enseguida vuelvo a sumergirme. A mi izquierda, a varios metros de profundidad, Carlos hace aspavientos con los brazos y me señala algo hacia el fondo blanco. Miro y una inmensa manada de peces payaso color azul revolotea alrededor de nuestro guía en busca del pedazo de tortilla de harina que éste trae en la punta de los dedos mientras bucea alrededor de unas tinas que, con el paso del tiempo, se han convertido en hermosos arrecifes llenos de corales. "Pues sí -sonrío bajo el agua-. Va a ser verdad que aquí los tiburones comen tortilla".
Durante varios minutos no vuelvo a la superficie para respirar aire libre de sal y yodo por la nariz. Poco a poco, noto que me voy haciendo con el control de mi torpe cuerpo. Cierro los ojos y floto boca abajo, libre. El silencio es infinito, eterno. Pom-pom. Pom-pom. Tan solo los fuertes latidos del corazón bombeando sangre caliente a las venas ávidas de oxigeno con que alimentar mis fatigados pulmones interrumpen el encanto de aquel silencio viejo y sabio como la historia de los océanos. Y así permanezco, con los brazos y las piernas extendidas durante varios segundos -¿o tal vez minutos?-, cuando, inesperadamente, una mano fría me toca el hombro. Abro los ojos enrojecidos por el efecto corrosivo de la sal y observo que la turista canadiense de cuarenta y tantos me señala algo hacia al frente. Giro la cabeza en la dirección que me apunta con el dedo índice y, ante la sorpresa, un poco de agua entra por los resquicios que dejan libres mis apretados dientes: a muy poca distancia, una siniestra hélice de una embarcación mediana da vueltas a muchas revoluciones por minuto y yo floto lentamente hacia ella. De inmediato, con el bombeo de mis aceleradas pulsaciones en la garganta, dejo la plácida posición horizontal en la que estoy y, usando los dos brazos como improvisados remos, golpeo con las palmas de las manos la corriente para cambiar la dirección de mi travesía.
A mí alrededor, todo son burbujas. Minúsculas burbujitas blancas de oxigeno que buscan la superficie por la que penetran los rayos de luz solar. Por momentos no veo nada. Trato de limpiar mi reducido campo de visión frotando el cristal de las gafas de buceo con los dedos. Las burbujas, compruebo, han desaparecido. Y de la manada de peces payaso que nadaban junto a mí abriendo y cerrando la boca –glu, glú- repetidamente tampoco hay ni rastro. Al fondo, a varios metros de distancia, la hélice de la embarcación sigue girando siniestra alejándose de mí.
Vuelvo a la superficie. Arriba, el aire me parece más puro y fresco que hace unos minutos. El sol, que durante prácticamente toda la mañana había lucido fuerte por encima de nuestras cabezas desnudas, se acaba de esconder tras una nube blanca. El mar, que es camaleónico, cambia de azul claro a gris oscuro. Me quito las gafas y el tubo, y comienzo a nadar ayudándome de las aletas de rana en dirección a La Tranca. Pancho Tequila, que nunca pierde la sonrisa, baja una pequeña escalera de acero inoxidable que hace chof al contacto con el agua y subo por ella con cierta dificultad. Exhausto, me seco la cara con una toalla y apoyo una pierna sobre la borda. "La boca me sabe a sal", comento con el capitán. Me rasco la barba mojada que últimamente se ha expandido descontrolada por mi cuello y le doy un largo trago a la cerveza.
A lo lejos, entre el infinito de la línea azul del horizonte y el buque fondeado de la naviera TransCaribe, una gaviota planea a ras de mar en busca de su presa.
2 comentarios:
Veo que te gustó el buceo. Aunque lo insistente del agua salada me da la impresión de que se queda uno con un recuerdo bastante extraño de lo que es viajar bajo el agua. Genial Manu, a ver cuándo sale la próxima entrada. La nueva historia.
Hola Eskimal! Pues sí, bucear por primera vez en el silencio es una experiencia única que, sin duda, te recomiendo. Creo que, en lo sucesivo, vas a leer (y ver) bastantes cosas relacionadas con el mar por estas latitudes... Espero sea de tu agrado.
Por cierto, ayer, leyendo la crónica-perfil de John Lee Anderson sobre Gabriel García Márquez me acordé de ti. Un genio, el Gabo.
Y tú qué tal? alguna novedad por tu blog?? Mantengámonos informados y en contacto. Ya estoy preparando la próxima entrada.
Un abrazo!
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