jueves, 30 de diciembre de 2010

Los libros del 2010... y los que vienen


Manuel Ureste / Vivir para Contarlo

Yo no sé ustedes. Pero a mí me encanta echarle de vez en cuando un vistazo a mis libros. A esa minúscula biblioteca que en realidad no es más que una humilde estantería adornada con algunas historias y una réplica en miniatura de la Torre Eiffel que mi cuñada me trajo de París. Pero me gusta observarlos, como les digo. Manosear sus tapas. Respirar el aroma que encierran entre capítulo y capítulo. Pasar de nuevo sus páginas lentamente recordando su esencia. Ver la fecha y el lugar donde nos embarcamos juntos hacia ese mar desconocido de cientos de páginas por descubrir y sentirlos de nuevo sobre mis manos para traer de vuelta aquellas largas noches de invierno, donde personajes como el intrépido Jonathan Harker, el borracho Hank Chinaksy, o el Maestro de Esgrima Jaime Astarloa me acompañaban bajo la luz tenue de una lamparita de mesa.

Pero vayamos al tema. A los libros.

Bien, lo cierto es que 'librísticamente' hablando –menudo palabro me acabo de sacar de la manga-, el 2010 ha sido un buen año. Es más, diría que ha sido un excelente año. Tal vez el mejor hasta ahora. Y es que por mi cómoda ha pasado casi de todo: desde clásicos del terror como Drácula, de Bram Stoker, o El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, a grandes obras del misterio como El Valle del Terror, del legendario autor escocés Arthur Conan Doyle, pasando además por reportajes de investigación como El Palestino, de Toni Salas, o hasta por ensayos de actualidad política como El Narco: la guerra fallida, de Jorge G. Castañeda.

Ahora bien, si este 2010 destacó por algo, fue por ser el año de la novela negra o de la novela de 'intriga' si lo prefieren. De hecho, que recuerde bien, he leído Malasuerte en Tijuana, primera obra del mexicano Hilario Peña –la trama y el estilo de redacción no pasarán seguramente a la historia de la Literatura, pero tiene un gran sentido del humor (me partí de la risa varias veces)-; las novelas del cartagenero Pérez-Reverte El Pintor de Batallas, La Tabla de Flandes, y El Maestro de Esgrima; la ya mencionada El Valle del Terror, de Conan Doyle, padre del detective por excelencia Sherlock Holmes; y la Trilogía de Nueva York, del norteamericano Paul Auster. Todas, en su estilo, me aportaron algo. Sin embargo, creo que destacaré Trilogía de Nueva York. Una novela de no-detectives realmente inquietante. De esas que la terminas y no sabes muy bien qué sensación te queda en la boca. Aunque, precisamente, ése es su encanto: que no es la típica novela de detectives. Para empezar, en la primera historia –Ciudad de Cristal, para mi gusto la más interesante- ni siquiera un detective la protagoniza. Se trata de un escritor –ya retirado- que tuvo cierto éxito hace años tras la publicación de un par de novelas y que una noche cualquiera recibe una inquietante llamada de un tipo adinerado con problemas mentales que le quiere encargar un caso confundiéndolo con un tal Paul Auster –nombre del autor de la obra-. Por supuesto, el escritor –Quinn- rechaza varias veces el trabajo… hasta que decide que no tiene nada mejor que hacer. Y acepta. Como les decía, una novela que merece mucho la pena leer donde, además de esta trama desconcertante –un auténtico juego de espejos-, Auster describe la ciudad de Nueva York -sus calles interminables, el Central Park y sus vagabundos, los barrios más oscuros, esas pensiones de mala muerte de unos pocos dólares la noche, los bares de meseras con la jarra de café en la mano, hamburguesas grasientas que prepara un tal Joe y conversaciones sobre el último partido de los Mets- con gran maestría. Totalmente recomendada.

En cuanto a mi 'primo' cartagenero Arturo Pérez-Reverte –como ya sabrán los cuatro lectores de este blog es uno de mis autores predilectos, de hecho el año pasado elegí La Reina del Sur como la obra del año en VPC-, destacaré Cuando éramos honrados mercenarios. Su última compilación de artículos publicados entre los años 2005 y 2009 en la revista dominical XL Semanal. Y bueno, qué puedo decir. Que para mi gusto, los artículos del cartagenero son excelentes. Por su estilo y, sobre todo, por su crítica mordaz generalmente dirigida a la clase política de esa 'puta España pasmo de Europa y líder de Occidente', mezclada con un sarcasmo muchas veces humorístico pero con un fondo corrosivo (casi destructivo). Sin embargo, no sólo hay crítica hacia esos 'gilipollas y gilipollos' que tanto juego le dan cada domingo. Entre las más de seiscientas páginas del libro también hay espacio para el recuerdo nostálgico de aquella España que pudo ser y nunca fue, anécdotas cotidianas del escritor en sus paseos por la vieja Madrid o en el 'Bar de Lola', historietas de sus tiempos como corresponsal por la antigua Yugoslavia, reflexiones sobre la Mar y de aquellos lejanos días en los que los marineros bebían vino en la taberna (a diferencia de los Zaplana de polo rosa Ralph Lauren y moreno de Ibiza de hoy día), recomendaciones sobre este u otro libro o sobre esta o aquella película… En definitiva, una obra excelente y clara favorita para ser el libro del 2010 en VPC… pero no nos adelantemos.

Porque aún no hemos hablado del señor Conde Drácula, el Príncipe de las Tinieblas protagonista de la obra de terror por excelencia de Bram Stoker. Sin duda, una de las novelas que más me ha marcado en este año que está por terminar y a la que estuve permanentemente enganchado –como si el misterioso y diabólico Conde hubiera ejercido (tal y como hace con las criaturas de la noche) su poder hipnótico en mis pupilas sedientas de más y más páginas- noche tras noche. Además, el post que dedicamos a esta novela –'Drácula merecía otro final'- es el segundo más visto en este 2010 por los seguidores de Vivir para Contarlo –por cierto, el que dedicamos a La Reina del Sur en junio de 2009, es el post más visto del blog desde su creación en julio de 2008-. Así que, sin riesgo a equivocarme –no lo haría con Pérez-Reverte, ya que es un autor que genera muchos sentimientos encontrados: o te fascina, o lo odias-, recomiendo este clásico de la Literatura de Terror que es obligado en cualquier biblioteca.

Y hablando de vampiros, no está nada mal la llamada Trilogía de la Oscuridad, del genial Guillermo del Toro y del estadounidense Chuck Hogan. Entre julio y agosto, casi del tirón, leí Nocturna y hace un mes terminé Oscura, la segunda parte de la serie cuya tercera y definitiva entrega está por ver la luz. En cuanto al argumento, éste es claramente comercial –El Amo sale de entre las tinieblas para, a través de un poderoso virus, propagar una nueva raza de vampiros sobre La Tierra- pero está escrita con un estilo francamente adictivo y muy bien construida –el comienzo de la historia, cuando un enigmático avión aterriza con cientos de cadáveres a bordo, es de lo mejor-. En fin, no es Drácula, pero tampoco Crepúsculo. Léanla.

Y tampoco podemos olvidarnos de los grandes maestros que como Saramago, Benedetti o Bukowski volvieron a pasar por mi buró. Del maestro portugués leí Caín, su última novela, del uruguayo La Tregua –con esta obra tenía una cuenta pendiente desde hace años, pero al fin la terminé-, y de Bukowski, después de la gran sorpresa que fue para mí Pulp, leí Factotum, novela en la que Hank Chinaski cuenta sus peripecias entre copas, mujerzuelas, trabajos basura y más copas. Otra obra maestra –para el 2011 planeo leer Cartero-.

Sin embargo, en el 2010 también hubo alguna que otra decepción. O decepciones. Es el caso de la novela Adán en Edén, del mexicano Carlos Fuentes. Primera obra, por cierto, que leí este año. En esta ocasión Fuentes nos trae una 'novela periodística' donde habla de capos de la droga, corrupción, violencia y demás etcétera. Todo pintaba de maravilla con esos ingredientes. No obstante, nunca conecté con la trama. Pasaban las páginas y sus personajes inmersos en revoluciones violentas, luchas por el poder y demagogias mareaban tanto la perdiz que jamás me introduje en la historia. Demasiada mezcla de realidad y ficción y viceversa para mi gusto. Acabas mareado.

Otra novela, también de Carlos Fuentes, que me dejó un mal sabor de boca –de hecho, me costó mucho terminarla- fue La Frontera de Cristal. Una obra compuesta de varias historias diferentes que tienen como punto común la frontera entre México y los Estados Unidos de América. Debido a que esta temática me interesa mucho –también leí El Muro de la Vergüenza, de Miguel Escobar Valdez, buen trabajo aunque me dio la impresión de que, en realidad, es una compilación de datos sacados de estadísticas, estudios académicos, etc., y que por el contrario hay pocos testimonios directos de la barbarie que padecen los indocumentados en su largo camino hacia la frontera Norte- decidí leerlo. Pero me aburrió bastante. Este año, a diferencia del 2009 cuando leí La voluntad y la Fortuna y la excelente Aura, no fue el año de Fuentes. Al menos, no para mí. Y eso que su estilo me encanta. Tal vez, simplemente no conecté con estos dos títulos. Pero ya tengo La Silla del Águila en lista de espera.

En definitiva, como les decía al principio con ese palabro sacado de la manga, 'librísiticamente' el 2010 fue un año bueno. Excelente. Tanto, que me cuesta mucho elegir un libro de entre los veintitantos que pasaron por mis manos. De todos recordaré siempre algo –incluso de los no mencionados como Fiesta en la Madriguera, primera y más que prometedora novela del mexicano Juan Pablo Villalobos, en la que se nos presenta el mundo del 'narco' a través de los ojos, no tan inocentes, de un niño hijo de un capo de la droga. O el clásico La Isla del Tesoro, de Stevenson, con la que pasé hermosas noches imaginándome en la taberna del Almirante Bembow tomando unos rones con el pirata Billy Bones y compañía-. Sin embargo, elegiré uno. Aunque me duela. Y lo elegiré por todas esas horas que me hizo reír a lágrima suelta en mi almohada, por esas reflexiones nostálgicas de ese tiempo pasado que, tal vez, no siempre fue mejor, y por aquellas historietas del 'Bar de Lola' tan del espíritu de Vivir para Contarlo. Sí, el libro del año 2010 para este blog es Cuando éramos honrados mercenarios, de Arturo Pérez-Reverte.

Y poco más que añadir. Diré que para el 2011, que ya está a la vuelta de la esquina, espero ampliar aún más esa humilde biblioteca adornada con unos pocos títulos y la Torre Eiffel de París que me trajo mi cuñada Claudia. Seguramente, llegarán nuevos maestros como el Nobel Mario Vargas Llosa –recién acabo Los Jefes-, Kapuscinski, Graham Greene –leeré Nuestro hombre en La Habana-, William Faulkner y algún que otro clásico como Los viajes de Marco Polo, novela que acabo de adquirir en su edición de 1964 en una de esas ferias ambulantes que aparecen y desaparecen por el DF. Pero eso, ya será otra historia por contar. Una historia que, junto a esos entrañables personajes de almohada, escribiremos en este blog noche tras noche. Página tras página.

Feliz año nuevo 2011.

Vivir para Contarlo


Los libros del 2010

Adán en Edén, Carlos Fuentes

La Fontera de Cristal, Carlos Fuentes

Caín, José Saramago

Nocturna, Guillermo del Toro/Chuck Hogan

Oscura, Guillermo del Toro/Chuck Hogan

La Tabla de Flandes, Arturo Pérez-Reverte

El Maestro de Esgrima, Arturo Pérez-Reverte

El Pintor de Batallas, Arturo Pérez-Reverte

Cuando éramos honrados mercenarios, Arturo Pérez-Reverte

La Tregua, Mario Benedetti

El Valle del Terror, Arthur Conan Doyle

Factotum, Charles Bukowski

El Palestino, Antonio Salas

La Isla del Tesoro, Stevenson

Drácula, Bram Stoker

El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde

Temporada de Zopilotes, Paco Ignacio Taibo II

Zapata, Ángel Palou

El Narco: la guerra fallida, Jorge G. Castañeda

Fiesta en la madriguera, Juan Pablo Villalobos

Trilogía de Nueva York, Paul Auster

Malasuerte en Tijuana, Hilario Peña

El Muro de la Vergüenza, Miguel Escobar Valdez

Historias desconocidas del Bicentenario y la Revolución, Trino

Bitácora Sentimental, Othón Arróniz

Los Jefes, Mario Vargas Llosa


lunes, 13 de diciembre de 2010

Los invisibles


"Solo voy con mi pena
Sola va mi condena
Correr es mi destino
Para burlar la ley
Perdido en el corazón
De la grande 'babylón'
Me dicen el clandestino
Por no llevar papel"
Manu Chao, 'Clandestino'


Pues sí, oye. Cómo pasa el tiempo. Ya se fueron más de dos años como el que no quiere la cosa. Dos largas y cálidas primaveras desde que visité La Patrona, en el municipio veracruzano de Amatlán de los Reyes. Lugar al que, como alguna vez he comentado desde esta ventana, le tengo especial estima y donde cubrí uno de mis primeros reportajes como periodista en México acerca de los indocumentados centroamericanos que van rumbo a los Estados Unidos de América. La tierra, dicen, de las oportunidades.

Y como les decía, el tiempo no espera. Hace más de veinticuatro meses, unos setecientos y pico días, desde aquel entonces. Sin embargo, les confieso que de vez en cuando me da por tirar la vista para atrás y recuerdo aquella tarde de un caluroso mes de julio como algo muy especial. Como una experiencia que, dejando la grabadora y la cámara a un lado, me 'tocó' como persona. Tanto, que todavía hoy le sigo echando un vistazo a aquellas fotos que tomé en compañía de mi buena amiga Denise Luna del Rivero y me pregunto qué habrá sido de ellos; qué suerte correrían aquellas caras cansadas, pero sonrientes, que aún miran al objetivo de mi cámara con sus polos falsos de Ralph Lauren –con las siglas U.S.A. bordadas- y alzan la mano en señal de victoria. ¿Alcanzarían su destino? ¿Harían realidad el sueño americano?

Pues quién sabe, me digo. Quién sabe.

Sin embargo, vamos a ser sinceros: lo más probable es que muchos se quedaran en el camino, engrosando las estadísticas más nefastas de la Border Patrol de Arizona, deshidratados, con la lengua acartonada chupando hasta las piedras y el galón de agua vacío sobre la ardiente arena del implacable desierto de Sonora, mientras el 'pollero' de turno decide por su cuenta seguir adelante –"aquí no se espera a nadie"- con los pesos del muertito a buen recaudo.

O vaya usted a saber.

Tal vez algunos de esos hombres que en estos momentos me miran con esperanza desde la fría pantalla de mi computadora, murieron al caer –si es que no los tiraron- del ferrocarril. Degollados, chas, chas. Sin tiempo de decir ni mú y abandonados sobre las vías, como perros. O ya, si nos ponemos en plan dramático, puede que muchos otros terminaran sus días víctimas de la tortura de los múltiples grupos criminales que se disputan el 'negocio' de la trata de personas procedentes de Centroamérica, mientras las autoridades (dicen que) policiales cobran su 'mordida' y miran para otro lado. Fiu. Fiu.

Pero está bien. Seamos optimistas, pues.

Pensemos por un momento que sí, que la libraron. Y que quizá 'solo' fueron deportados en la frontera este de México, allá entre Reynosa y McAllen, en San Antonio, Texas, por donde cruza el famoso Río Bravo. O que tal vez lo intentaron por el lado oeste. Pasando primero por Tijuana y burlando a 'la migra' hasta llegar a San Clemente, California, –donde cuenta el famoso corrido de Los Tigres del Norte que Camelia la Texana y un tal Emilio Varela llegaron con las llantas del carro repletas de 'yerba mala'-. Y, a lo mejor, después de que fueran 'cachados' todo quedó en un simple warning; es decir, en una seria advertencia, muy educada eso sí, y siempre respetando los derechos humanos del indocumentado –nice try mister mexican… but por favour amigou, don´t go back again!-, y unas palmaditas maternales en las pompis. Plas, plas, you bad boy!

O imagínese. Tal vez algunos lo lograran y estén a estas horas ganando buenos dólares en las fábricas de Nueva York; o labrando las tierras de Wisconsin; o chambeando de barman con pintas modernas en Los Ángeles; o a lo mejor hasta de relaciones públicas guaperas en una discoteca de Miami Beach, sacándole plática a las güeritas de ojo azul en 'spanglish' mientras se llena el bolsillo de buenas propinas con la cara del tío George. ¿Qué tal? O, incluso, quién no te dice que algunos de esos chavos que captó mi cámara con sus playeras chafa del Manchester United y el Barça, rotas y llenas de mierda, no 'la están haciendo' en Hollywood. ¿Eh? Con la Longoria y la Jennifer López, tú. Dando paseos en su carro último modelo por Beverly Hills, 90210, mientras le mete mano a Paris Hilton en el semáforo de la esquina. El tío chingón.

Sin embargo… tal vez todo esto sea mucho decir. O imaginar. Porque lo cierto es que no sabemos qué habrá sido del destino de cada una de aquellas personas que un caluroso día de julio abarrotaban un ferrocarril a su paso por La Patrona clamando, "¡por el amor de Dios!", ayuda a gritos.

Sí, puede que 'la hicieran'. O, como ya hemos planteado, hay muchas posibilidades –con múltiples variantes, a cuál de ellas más escalofriante- de que no fuera así. Aunque…, a fin de cuentas, dígame una cosa: ¿a quién le importa?

A (casi) nadie.

Será porque esos trenes pasan a diario y ya no nos 'toca'; no nos 'mueve el piso'. Es que nos acostumbramos a la barbarie, alegamos. Al disparate. A convivir con balaceras en centros comerciales y a compadrear con la violencia y los violentos. La normalización del drama, dicen. Como cuando hace unos años en el metro de Barcelona un gilipollas le soltó una patada en la boca a una chica sudamericana sin ningún motivo. Así nomás. Placa, placa. Por mis lereles, oye. Mientras el resto del vagón –la agresión fue grabada por la cámara del convoy- miraba la escena con cara de a mí que me registren. Yo, ni vela tengo en el entierro.

Sí, la normalización del drama, exponen los entendidos. O nos la refanfinfla, si lo prefieren. Ya saben, que bastante tengo yo con lo que tengo encima y todas esas cosas. Por eso preferimos cambiar el canal, o pasar la página del periódico para buscar la última polémica sobre si la 'espaldinha' de Cristiano Ronaldo contra el Atleti procedía o no, y así luego tener algo de qué hablar con los amigos en el Bar de la esquina. Y oiga, si en Irak se caen a tiros, pues allá ellos. A mí qué me estás contando, chaval. Que no hubieran empezado.

Y así pasa con los 'ilegales', por ejemplo. No nos vayamos a Islamabad. Ni a Pyongyang. Ni a Kuala Lumpur. Porque de lo que este artículo habla está sucediendo en las vías del tren. Puede que incluso al lado de su casa. Donde la rutina del paso diario de cientos de ferrocarriles cargados de personas que buscan un futuro menos incierto los ha convertido en eso, rutina. En algo monótono y de lo más cotidiano. Como el que oye llover, vamos. Como si ya formaran parte del paisaje urbano de las ciudades que van atravesando rumbo al Norte, donde nadie voltea para verlos porque, aseguran, ya se acostumbraron. O porque como diría el redactor jefe de turno encogiéndose de hombros: " ya no son noticia".

Y es cierto: los indocumentados dejaron de ser novedad hace tiempo. Sus reportajes pasaron de moda hasta nuevo aviso, o hasta que un tren descarrile provocando una gran catástrofe. O al menos hasta que los criminales organizados y desorganizados inventen una nueva y revolucionaria forma de hacer la vida imposible –nunca mejor dicho- a estos sujetos mitad humanos, mitad mercancías. Mientras tanto, no son novedad para los titulares. Ya no existen. Ahora son solo un rumor. Un eco. Un lejano murmullo en la noche fría, "callada y constelada".

Por eso ya nadie los mira. Nadie los ve.

Son invisibles.

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Puedes ver las fotografías de este artículo en http://nomadas.abc.es/galeria-de-fotos/vamos-pal-norte/, la red social de fotografía del diario ABC (España), donde participo con mi galería 'Vamos pal Norte'.

Además, os dejo el video en el que colaboré con mi buena amiga y compañera Denise Luna del Rivero.



Pd: si queréis leer el reportaje original que fue publicado en diario El Mundo de Córdoba, escribir en el buscador del blog 'Diarios de un Vocho: la Patrona, la esperanza'.